Blas Ramón Rodríguez (Las Palmas, 1961) es licenciado en psicología, estudiando varias de sus especialidades, clínica y laboral en la Universidad de Barcelona, en la UOC y en la UNED. Experto en medicina psicosomática y psicología de la salud por la Universidad San Jorge. Especialista en diversidad funcional, trastornos del ánimo, del sueño y la personalidad, por el Instituto de Psiquiatría y psicología de la Universidad de las Islas Baleares y la Universidad Blanquerna de Barcelona.
Tiene una amplia formación como psicoterapeuta por diferentes universidades y escuelas especializadas. Trabaja en ámbitos de intervenciones psicológicas, psicosociales, educativas y sociolaborales en colectivos con discapacidad, trastorno mental o exclusión social desde 1984. Actualmente es director psicólogo del Centro Insular Asistencia. Ejerce su actividad como psicólogo y psicoterapeuta particular en el Gabinete Vis a Vis, del cual es gerente.
¿En qué rama de la psicología se especializa?
Yo, básicamente, soy un psicólogo de la salud que desarrolla, prioritariamente, los principios y prácticas de la psicología cognitiva y las terapias de aceptación y compromiso. Claro que, un buen psicólogo siempre está aprendiendo, y yo aprendo a diario de mi práctica profesional. La psicología es una ciencia que se basa en la evidencia; lo que más me preocupa actualmente es el intrusismo de las prácticas fraudulentas. A quien más perjudican no es a los profesionales de la psicología, sino a quienes acuden a ellas buscando solución a su problema. Vivimos una época donde se vende mucho “humo terapéutico”
¿Cómo cree que ha afectado el pasado confinamiento a las personas desde el punto de vista psicológico?
El coronavirus ha llegado como un tsunami a nuestras vidas. Para todos los que estamos vivos a día de hoy, los meses de confinamiento obligatorio por el coronavirus, ha supuesto un impacto emocional severo. Durante todo ese tiempo nos hemos visto abocados a vivir en un estado mental al que yo denomino de psicología replegada. Vivimos mucho tiempo entre cuatro paredes y para muchas personas esto supuso un impacto negativo en su bienestar físico y psicológico. La pérdida de hábitos y rutinas y el estrés psicosocial fueron, sin duda, los factores que más afectaron a quienes sufrieron emocionalmente este “exilio en casa”. Como en la mayoría de las situaciones de emergencia, el impacto psicológico más importante se manifestó con miedos a la infección, emergencia de sentimientos de frustración y aburrimiento, complicaciones en la evolución de las personas con problemas de salud mental. En general, la población sometida a cuarentena por enfermedades pandémicas presenta mayores índices de trastorno agudo y de adaptación y dolor, muchas de esas personas presentarán finalmente sintomatología de trastorno por estrés postraumático.
¿Cree que el miedo al contagio aún existe o ya se perdido?
El miedo a resultar contagiados es algo inherente a las características de esta pandemia. Debemos considerar esta situación como normal, mientras se mueva en parámetros de coherencia y sentido común. El problema es la deriva hacia una percepción distorsionada de la realidad. Mientras no exista un remedio eficaz contra la covid-19 el miedo existirá y persistirá, porque esta pandemia nos ha puesto ante el espejo de todas nuestras vulnerabilidades. El miedo al contagio está cambiando nuestra psicología; nos hace más conformistas y primitivos, menos receptivos a los demás. Nuestros juicios morales se han vuelto más estrictos y conservadores. Nuestra mente pone en funcionamiento mecanismos de defensa que a muchas personas las llevan a un distanciamiento social instintivo. El problema es que estas respuestas pueden alterar nuestra capacidad para tomar decisiones apropiadas en tiempos de epidemia, donde cada decisión relacionada con la salud física y mental es muy importante.
A las personas que aún tienen miedo de salir de sus casas, ¿cómo les aconseja enfrentarse, o afrontar, ese miedo?
En la desescalada, en la vuelta a lo que se ha denominado “nueva normalidad”, algunas personas han experimentado miedo a salir a la calle. La experiencia vivida en el confinamiento les ha proporcionado una “seguridad” real y mental de las que les cuesta mucho desprenderse. Pero la realidad nos impone seguir adelante y abandonar ese refugio en el que, a pesar de todo, nos sentíamos cómodos y a salvo. Toca enfrentarse con la realidad y con los vaivenes de los brotes contagiosos del coronavirus y, como no, con la impotencia y la rabia que nos provocan las conductas irresponsables de algunos. Para conseguirlo, quizá seamos de los que necesiten desarrollar una buena gestión de las emociones, quizá lo sepamos hacer por nosotros mismos, sin duda muchos lo conseguirán así, pero, también es posible que se requiera un “patrón general de gestión adaptado”. Esto es, guía, asesoramiento o terapia para afrontar con garantía de éxito el reto de volvernos a incluir en la vida cotidiana junto a los demás. De lo que se trata, resumidamente, es de generar nuevos aprendizajes asertivos con capacidad de cambio sobre los estímulos que nos provocan los miedos.
¿Cómo cree que afrontan los padres el comienzo del curso escolar ante las nuevas circunstancias?
El coronavirus nos tiene el alma en vilo y el corazón en los huesos. Llevar los niños al colegio es una situación cargada de incertidumbre y también de desasosiego, al menos para aquellos padres con una información poco precisa o distorsionada. Ya lo comenté antes. El coronavirus nos está haciendo vivir en una psicología replegada a informaciones imprecisas que no nos permiten relativizar la importancia de unas cosas sobre otras. Por ejemplo, que es muy inferior la probabilidad de infección de un niño en el colegio, que, en la playa, comiendo en bares o con la interacción con un progenitor que viene del gimnasio. Que los niños vayan al colegio es una de las necesidades más relevantes para empezar a vivir con normalidad. Como psicólogo sé que todos viviremos nuestro particular estrés, como especialista en medicina psicosomática no dudo de que todos, tarde o temprano, estaremos contagiados de algún modo, aunque probablemente para entonces sea benigno, y como padre sé que todos estamos expuestos a situaciones de riesgo, incluidos mis hijos.
¿Y los niños? ¿Cree que ellos lo viven de forma diferente a sus padres?
Los niños siempre llevan mal eso de los cambios, especialmente si son repentinos. En el confinamiento fueron, entre las personas que no enfermaron y las que corrieron más riesgos, quienes peor lo pasaron a nivel psicológico y psicosocial. En mi opinión, la vuelta al cole para la mayoría de ellos es como un enorme lametón de helado cremoso. Casi todos venían de la vivencia de emociones contrarias y contradictorias durante todo el confinamiento. En general, volver a encontrarse con compañeros y amigos le devuelve a la normalidad. La socialización escolar es una buena manera de quitarse de encima tristezas, aburrimientos y majaderías.
Hay niños y niñas, no obstante, que pueden sufrir un estrés adicional en la vuelta al cole. Cada uno llevará su propio ritmo de adaptación, requerirán más tiempo y paciencia. La implicación de los padres y la comunidad educativa en este proceso es fundamental.
¿Qué consejos, desde el punto de vista psicológico, daría a los padres que se muestran reacios a mandar a sus hijos al colegio?
Confiar en las dinámicas de la escuela, ser partícipe de ellas, nos libera de la angustia que, en algunos casos, nos produce enviar a nuestros hijos al colegio. Quiero recordarles, a esas madres y padres que no quieren llevar a sus hijos e hijas al colegio, que la mayoría de los actuales brotes que estamos sufriendo, tienen sus principales focos activos en las interacciones familiares y en las reuniones de grupos de amigos. En consecuencia, la creencia de seguridad contra el contagio en el seno familiar no es otra cosa que una falacia de atribución, es decir, una auto argumentación basada en información sesgada, no contrastada, para justificar temores que suelen obedecer a inseguridades personales. En estos casos, parece buena recomendación, sentarse a reflexionar sobre la importancia de colaborar en la normalización de la vida. También les pediría que fueran un poco más valientes, más o menos como lo son todos los demás padres y madres que llevan cada día sus hijos al colegio.
En el caso de los más mayores, el ver afectadas sus rutinas ¿cree que ha creado en ellos algún tipo de alteración psicológica?
Cuando trabajaba para Instituciones Penitenciarias, hace ya años, tuve ocasión de comprobar los efectos de largos periodos de reclusión en la conducta de las personas al salir estas en libertad. Por un lado, había personas a las que el encierro les había afectado institucionalizándolo, es decir, creándoles una seguridad patológica de necesitar estar encerrado para sentirse bien. Por el otro, una ansiedad enorme de comerse la vida de dos bocados. Ambas situaciones se han presentado en la conducta de muchos de nuestros jóvenes tras el confinamiento. En ambos casos se produce un desajuste psicológico del comportamiento. Algunos comportamientos de este tipo rayan lo obsesivo. Mi mayor preocupación en relación con los jóvenes y cómo se ven afectados en sus vidas por la pandemia, es que, muchos de ellos han crecido con una pobre formación en empatía y en asertividad, por eso vemos situaciones en las que parecen poco responsables en el respeto de los derechos de los demás. La mayoría de los jóvenes que conozco son tipos increíbles e interesantes que se preocupan por una vida mejor para ellos y para todos, y que muestran buena disposición para cambiar aquello que comprenden que no hacen bien. Muchos adultos deberían hacer lo mismo.
¿Es cierto que, tras el confinamiento las consultas de los psicólogos se han visto más llenas que nunca?
En los momentos más duros de la pandemia y el confinamiento, los teléfonos de la esperanza y la de organizaciones psicológicas y voluntariado de psicólogos, echaron humo. Eran momentos donde el virus hacía estragos en familias y profesionales de la sanidad. En aquel momento, la importancia de la psicología en las emergencias cobró todo su sentido. La demanda de psicólogos online fue tremenda. En la etapa de desconfinamiento y en la actual situación de “nueva normalidad”, esa demanda basada en las crisis de angustia y ansiedad por el impacto del patógeno en la vida cotidiana ha menguado; y yo diría que afortunadamente. Cierto que la epidemia ha dejado muchas secuelas psicológicas, especialmente de carácter psicosomático, pero no todas ellas necesitan de la intervención psicoterapéutica. Lo que sí ha quedado demostrado en toda esta vivencia tan dramática y profunda del coronavirus, es la necesidad del equilibrio y el bienestar psicológico y la conveniencia de regular las prácticas terapéuticas, para evitar fraudes e intrusismo.
¿Algún consejo, en general para nuestros lectores?
Que respeten las normas de seguridad contra el coronavirus y contribuyan a que otras personas también lo hagan. En estos momentos que nos ha tocado vivir, hemos de echar mano de aquellas fortalezas que tenemos los humanos para superar las adversidades, como son la resiliencia y la empatía. También quiero recordarles que para ir al psicólogo no hay que estar loco, ni estar pasándolo muy mal, ni siquiera hace falta estar pasándolo mal. La psicología es una ciencia que nos puede ayudar desde una simple orientación o motivación a una intervención psicopatológica muy seria.
Gracias Zeneida. Espero que a todos tus lectores les vaya muy bien. Les deseo salud, armonía y bienestar y mucha suerte.
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