El descuido en establecer y activar las comunicaciones regulares y oficiales con la Península y el resto de Europa es sin duda una de las cosas que más han contribuido a contener en sus estrechos límites la prosperidad de las Islas Canarias.
El primer correo regular de Europa que se recibía en la época que nos ocupa era el del paquebot de la Real Compañía Inglesa, que se recibía los primeros miércoles de cada mes, y de Falmouth el viernes inmediato, con escala en la isla de Madeira y siguiendo para el Brasil. Los paquetes ingleses tocaban antiguamente el puerto de la Orotava, y después de 1818 dejaron de hacerlo, prefiriendo a Santa Cruz de Tenerife. De retorno, no tocaban las islas porque es sabido que los vientos generales, que soplan por el Atlántico, hacen remontar muy al norte los buques de vela que regresan de las regiones meridionales y equinocciales de América. Desde 1850 este servicio se verifica en buques de vapor, partiendo mensualmente de uno de Southampton, en el Canal de la Mancha, y pasando por Lisboa y Madeira, se detiene durante seis horas en Santa Cruz de Tenerife, continuando después su viaje para San Vicente, en las islas de Cabo Verde, Pernambuco, Bahía, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Cada mes regresa otro que recorre la misma línea, pasando por Santa Cruz de Tenerife.
Las cartas enviadas a la Península durante estos años tuvieron un gran inconveniente, el bloqueo de Cádiz desde 1810 a 1812 por las tropas napoleónicas y la presencia de Corsarios en nuestros mares, esto último lo destaca Pedro Alcántara Déniz uno de los administradores del Mayorazgo de Arucas a los administradores Generales del Marquesado de la Fuente y Condado de Benazuza en Sevilla en su correspondencia.
Muy estimado señor mío y mi dueño. Tengo a la vista las apreciables de 13, 16 y 23 de enero; 10 de febrero; y 2 de abril del año próximo, en cuya última copia de la que dice me dirigió, fecha 2 de marzo, que no ha llegado a mis manos y creo haber sido presa de los corsarios insurgentes que andan en estos mares.
Los corsarios insurgentes tienen bloqueados estos puertos en términos que, no tan solamente dejan entrar ni salir barcos en ellos, sino que los sacan de los fondeaderos sin reservar pabellón. De este mismo puerto han sacado, entre otros, uno con pasaporte inglés y otro que lo tenía portugués, por lo que no he determinado mi viaje a Tenerife hasta ver si se retiran estos enemigos.
La que antecede es copia de la que dirigí a vuestra merced en su fecha por un místico que salió del puerto para el de Cádiz. Pero éste fue sacado del fondeadero por un corsario la noche antes de su marcha, teniendo ya a bordo hasta la correspondencia del correo y cofre del capitán, para darse a la vela a la mañana siguiente. Después de 8 días soltaron el casco del barco y volvió a este puerto, donde se habilitó al instante y siguió su viaje, pero fue a tiempo que estaba yo en Arucas y no pude repetir la anterior, por cuya razón acompaño ahora segundas copias de todo lo expresado en ella.
En 1852 se estableció la Línea Africana de vapores ingleses para recorrer mensualmente una extensa línea del Atlántico desde Londres a Fernando Poo y viceversa con escala de ida y vuelta en varios puntos, y en Santa Cruz de Tenerife.
En 1835 se habían activado las relaciones mercantiles con Cádiz. Un comerciante de esta plaza, don Luis Crosa, estableció dicho año un místico El Buen Mozo, que navegaba incesantemente entre dicho puerto y estas islas. El señor Crosa contrató con el Gobierno traer y llevar mensualmente la correspondencia entre la Península y las Islas Canarias, a cuyo efecto puso a la carrera otro místico, El Corso, cuyos dos buques desde 1841 salían alternativamente de Cádiz el 22 de cada mes para Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, volviendo a Santa Cruz de Tenerife para regresar a Cádiz.
Las líneas de barcos de vapor, que ya en 1852 cruzaban por nuestras islas, hacía de imperiosa necesidad comunicación directa por este sistema de prontas relaciones oficiales con el Gobierno y la Península, a cuyo fin los diputados a Cortes por estas islas elevaron a la reina el primero de marzo de 1856 una exposición solicitando se estableciesen vapores que condujesen la correspondencia entre Cádiz y Canarias, acompañando un pliego de condiciones presentado por la casa de Retortillo Hermanos de Cádiz. Formándose el correspondiente expediente, el 12 de noviembre se aprobó en Consejo de Ministros el pliego de condiciones de subasta que no tuvo efecto por falta de licitadores. El 15 de febrero de 1853 se acordó por el Gobierno un nuevo pliego, para segundo remate, que se celebró el 10 de marzo y se mandó llevar a efecto el 7 de septiembre del año expresado. También se recogía la nueva Bandera de correos, esto es si el buque encargado de llevar la correspondencia pertenece al Estado, usará la bandera nacional, orlando el escudo de armas con una palma y un ramo de olivo, enlazados con una cinta azul. Si el buque es mercante, deberá usar la bandera mercante como tal, pudiendo como único distintivo llevar un gallardete en el palo mayor, precisamente mientras lleve correspondencia a bordo. Esta consideración recogida en las ordenanzas antiguas, fue refrendada por Real Orden de 15 Noviembre de 1853, cuando la naviera gaditana Retortillo Hermanos, solicitó usar la bandera de correos para los dos buques de su propiedad que conducían la correspondencia a Canarias.
La correspondencia se conducía dos veces al mes saliendo de Cádiz cada 1 y 16 con dirección a Santa Cruz de Tenerife, y a su regreso se detenía un día en Las Palmas de Gran Canaria, haciéndolo también por Madeira, alternativamente, cada buque unas veces a la venida y otras a la ida. Todo por la subvención anual de 500.000 reales de vellón.
Los vapores Rianzares y Guadalquivir consumían, por la mala construcción de sus máquinas, una cantidad enorme de carbón, creyéndose por el contrario que tenían ganancia exorbitante, rescindiéndose el contrato en octubre de 1854, y volvió la casa de Crosa a hacerse cargo de la correspondencia en sus buques de vela en noviembre de dicho año. La administración principal de correos terrestre se encontraba en Santa Cruz de Tenerife. Es en ésta donde se tomaba directamente la correspondencia de Las Palmas de Gran Canaria y Gáldar.
En 1887 se convocó una subasta para cubrir el servicio de correos entre las Islas Canarias. Esta subasta fue declarada desierta y en septiembre de 1.888 se constituyó, la Compañía de Vapores Correos Interinsulares, como filial de la “Elder Dempster & Co.”, dispuesta a concurrir a la segunda subasta que se celebró en Madrid ese mismo año.
Adjudicado el servicio a dicha Compañía, ésta procedió a la construcción de los vapores que habían de desempeñarlo, bautizándolos con los nombres de León y Castillo y Viera y Clavijo, en honor de Don Fernando de León y Castillo, que inició el establecimiento del nuevo servicio interinsular, y el célebre historiador Don José Viera y Clavijo, dos personajes ilustres de las islas. Estos dos buques fueron los primeros: León y Castillo y Viera y Clavijo.
La Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios, desempeñó el aludido servicio durante unos veintitrés años a plena satisfacción, sin que en tan largo período de tiempo ocurriese ningún accidente de importancia ni la menor interrupción en la entrega de la correspondencia, respondiendo plenamente a las necesidades comerciales requeridas.
Existían estafetas o carterías agregadas al tanto por ciento con salidas reguladas en Gran Canaria. Por ejemplo, la demarcación de Las Palmas tenía Arucas, Firgas, Teror, Valleseco, Santa Brígida, San Mateo y San Lorenzo. A Gáldar le correspondía la demarcación de Agaete, Guía, Aldea, Mogán, Artenara, Tejeda y Moya. A Telde la demarcación de Ingenio, Agüimes, Santa Lucía, San Bartolomé y Valsequillo. La demarcación de Telde fue creada en 1854.
Canarias tiene contraída una deuda con estos correos que influyeron decisivamente en el despegue económico y cultural que experimentó a lo largo del siglo XIX. Una deuda, no suficientemente reconocida en su real medida, es la que se tiene con estos servicios postales. La importancia de los correos no siempre se valora debidamente como parte de la historia de los pueblos.































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