No miró atrás. No pudo. Arrastró la maleta con desanimo, mirándose los zapatos. Llevaba el pasaporte en la mano derecha, sin fuerza ni garbo. Sus ojos se encharcaron de sangre, sangre y tierra. Tierra que le obligaron a dejar. La sangre era espesa y cayó en las baldosas de granito. La sangre se negaba a irse, se convirtió en mancha como una huella imborrable. La sangre también temía, sentía, sufría. Partiría a guerras ajenas, sin velas para nuevos muertos, sin vestido negro, sin reserva de lágrimas, ni ganas de llorar. La mujer guardó un poco de aire en una botella. También retuvo en su memoria las nubes esponjosas. «Olvídate de todo, no mires atrás» ─dijo un desconocido.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.50