Rejas, barrotes y celosías como pantallas fragmentadas entre brumas y tinieblas aparecían en sus sueños de manera recurrente y lo devolvían a una celda en la que malvivió varios años.
Se despertaba temblando, asustado y bañado en sudor.
Angustiado, al borde de la obsesión, se hallaba una mañana tomando el desayuno en una cafetería cuando, de pronto, se cruzó con una dulce mirada que le dio sosiego.
Esa noche no aparecieron rejas ni barrotes en su sueño sino las ranuras de un parterre por las que se veían trocitos de mar.
Al día siguiente volvió a la cafetería y se encontró, junto a la mirada, con una seductora sonrisa que dio rienda suelta a la esperanza.
Y por la noche soñó que el mar en calma se asomaba a la ventana de su alcoba.
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