Jolgorios, parranditas y otras fiestas de guardar
En estos tiempos de pandemia, sujetos a los estipendios y dictámenes de la nominada como nueva normalidad, se están poniendo en evidencia los efectos de una larga encerrona. Tras la temporada de confinamiento, en el mejor de los casos deshecho mediante fases, el personal muestra un irrefrenable deseo por recuperar anteriores costumbres de socialización. Que la capacidad socializadora de la gente es un hecho incuestionable, no resulta novedad alguna. Quizá, por causa de la desgraciada pandemia, los hábitos vayan decayendo con el transcurso del tiempo. Es posible, no ocurre solo en este caso, que nuevos hábitos (a pesar de no hacer monjes) se vayan incorporando a la que ahora venimos en denominar nueva normalidad. Como siempre, una doble falacia, pues no es ni novedosa ni normal. Se trata, simple y llanamente, de incorporar nuevos modos de socialización. Deshacernos de los que sean susceptibles de provocar transmisión, para evitar quedar sujetos a los designios del virus, buscando aquellas formas que nos propicien tal. Si tal se pudiese lograr, claro está.
Sea como sea, se debe tratar de un cambio lento. Tanto, que a pesar de la etapa de confinamiento, el virus continúa campando a sus anchas. Y lo peor, haciendo de las suyas al incrementar la cifra de personas infectadas. Sin demostrar preferencia por un colectivo concreto de la población. Las habituales formas de contagio, no parecen haber encontrado relevo alguno. Las cifras, muestren o no síntomas, mantienen su inexorable avance. Quizá no como sucediese anteriormente, cuando el sistema sanitario no tenía previsión alguna. Vamos, que lo cogieron con la guardia baja. En esta ocasión, no solo porque el número de personas ingresadas en centros hospitalarios no es tan alto, sino por existir una respuesta frente a la enfermedad más eficaz. No en vano, tras el primer avance del coronavirus, quienes trabajan en la Sanidad poseen herramientas terapéuticas más eficaces. Siempre es un alivio. Aunque no debe hacernos perder la perspectiva, con actuaciones negligentes.
En un primer avance, se nos ha venido contando sobre el origen de los nuevos contagios. No solo ello, sino también sobre el perfil de edad. Mientras que en la anterior ocasión, quienes padecían la enfermedad, presentaban edades más avanzadas; en la actualidad, presenten o no síntomas, son de menor edad. Si bien, también se han ido reflejando personas con mayor edad, que suelen acabar hospitalizadas En cualquier caso, aparecen —entre otras— dos principales: el conocido como ocio nocturno (recuerden al obispo que hablaba de mujeres nocturnas) y las reuniones familiares. Sin olvidar, aunque no sea lo más común aunque sí lo más publicitado: los equipos de fútbol.
En este estado de cosas, la respuesta parece evidente: prohibición o, mayor regulación e información sobre las probabilidades de contagio, en función del escenario donde se produzca la interacción. La obligación de la mascarilla, siempre que no se puedan garantizar la distancia de seguridad, sobre todo en lugares cerrados sin descartar la obligación en aquellos al aire libre, siempre que no se pueda garantizar la referida distancia. Si bien no por estos nuevos casos, porque ya venía prevista la situación, se han ido suspendiendo las fiestas de los municipios y barrios. En resumidas cuentas, este verano del año 2020 se caracterizará por la ausencia de actos festivos, sobre todo —aquí no es fácil encontrar excepcionalidad— por la capacidad de convocatoria que presenta. Es decir, las aglomeraciones humanas donde la facilidad para el contagio se ha demostrado con el avance de la pandemia. También, por el perverso efecto que tendrá sobre quienes basan su economía en este tipo de actividades veraniegas.
La suspensión de actos festivos, a tenor de lo comprobado, no se ha llevado a cabo de modo riguroso. Podemos encontrarnos en los programas de fiestas patronales —las de guardar—, una variedad de actos. La celebración de estos actos tiene sus evidentes limitaciones, estas, aparentemente rememoran tiempos pretéritos. Aprovechando las relacionadas con el aforo, las fiestas se limitan al grupo de los elegidos, para mayor gloria de quienes a ella están invitados a asistir. El resto, el populacho, tiene la opción de participar a través de los medios telemáticos. Ya saben, lo refería don Hilarión en «La verbena de la paloma» —que no habrá este año por razones obvias— hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, aunque las mañas sean del pasado siglo. Todo por evitar el avance de la pandemia. Por qué si no.
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