Teletrabajo
Quede claro que no es que me oponga a tal método. Ajolá hubiese existido tal opción en mis tiempos de actividad laboral. Ni madrugones ni sinsabores. Y consiguiente ahorro en transporte, hojillas de afeitar, desayunos en cafeterías y comidas en restaurantes, entre otras muchas cosas. De lo que me quejo amargamente es que el mencionado teletrabajo lo hayan trasladado a mi chozo.
Cerraron sus casas, cogieron sus bártulos: móviles, ordenadores, iphones, tablets y demás aparatajes y, ¡hala!, p’a casa los viejitos. Y encimba tratan de vendernos la amoto diciendo que como estamos, más yo que la parienta, en un estado de riesgo pues… aquí que se trasladaron.
De lo que me quejo es como día a día la tranquilidad, el sosiego, la calma y el silencio han ido desapareciendo. Suenan timbres y campanas por todos lados. Hablan con un aparato sin que exista nadie al otro lado.
Mi asombro, lejos de disminuir, va in crescendo con el transcurrir de la jornada. Quédome perplejo con la facilidad con la que encuentran las “llamadas perdidas”. ¡Vaya misterio! ¡Ños!
Diariamente se reúne en mi casa mogollón de gente, virtualmente claro, que ya empiezan a ser como de la familia. Hola fulano... perdona que te llame... llevamos un día... no te preocupes... no, es que yo pensaba... mira, una cosita... no han hecho nada... te oigo mal... se entrecorta... ahora sí... bien, bien... cuídate... vamos a ver... hum, no sé yo... Estas y otras muchas expresiones son las de uso cotidiano.
Ajolá esto acabe pronto porque ya me estoy estresando. Así lo indica el refranero popular: hombre estresado, razonamiento perdido.
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