Gofio frito con tomates

Opinion

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Hace tiempo que saqué esta foto en Botija, donde hay un ganado de cabras y ovejas que rozan el millar. Las alimentan, entre otras cosas, con papas, pepinos, plátanos y tomates que hasta hace poco más de un año depositaban en los llanos de la zona, que a mí me parecen unos miradores extraordinarios. Aparte de Tamadaba, la Cola de Dragón, el mar y el cielo, se encuentran Amagro, El Farallón y, enfrente, casi siempre, el Teide majestuoso.

La vista de los tomates y su olor, sobre todo cuando empiezan a descomponerse, me retrotrae a mi infancia. En Ingenio, que entonces era un vergel, había cinco almacenes de empaquetado de tomates, de cuya producción siempre había sobrantes que se apilaban como montañas rojas en diversos solares al lado de la carretera.

-Vete a coger un balde de tomates pa las cabras y pa las cochinas –es una frase que le oí decir muchas veces a mi madre desde que me impuso la tarea de ayudar en el cuidado de los animales, siendo aún un crío. Después de echarles de comer, mi madre, sentada en una banqueta pequeña, ordeñaba las cabras.

Antes de empezar a hacerlo me daba dos escudillas y yo, manteniéndolas en mis manos, las ponía bajo la ubre de la Rusia, o la Respingona (mi madre siempre les ponía nombres) para llenarlas de leche. Luego nos sentábamos en el suelo, mirando para la montaña de Agüimes, los campos verdes, el cielo azul, y le echábamos gofio a la leche, que aún mantenía el calor de las tetas de las que manó.

El sol puesto nos cogió muchas veces merendando, sentados en la tierra, absortos los dos en el crepúsculo, en los colores del cielo. Mi madre siempre veía figuras de personas o animales en la montaña, en las nubes, en las sombras de esa hora bruja, que ni es de noche ni es de día.

Había tardes que mi madre no podía ir al Llano de la cruz, donde teníamos los animales. Mi padrino se encargaba entonces de hacerlo y nos traía la leche ya de noche. En tales casos, para merendar, mi madre preparaba bocadillos de queso o con conserva de guayaba y, a veces, cuando no alcanzaban las perras, freía gofio con un poco de azúcar y me lo daba en una escudilla. Para que no me ahogara, decía ella, me hacía acompañarlo siempre con tomates.


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