Todo un ejemplo
Es de lo mejor que se ha visto. Por si les fuese mal la cosa, se han propuesto desbaratar lo que dicen preservar. Cuando un miembro de la clase política insiste en la defensa de alguna institución, nos está enviando un mensaje. El relativo a que nos preparemos, pues en breve se producirá la hecatombe. No para ellos, seguramente; sí para el común de los mortales: quienes les votamos. Si se lo propusiesen, estoy casi seguro, no lo harían tan bien. Son muy eficaces, a la luz de lo acontecido.
Mientras se muestran beligerantes en público, entre bambalinas continúan acordando la defensa de sus intereses. Bien que lo logran, aunque surja algún bocazas (o un dedo sin escrúpulos al teclear) en la divulgación de un mensaje. Recado, ténganlo claro, que será mal entendido por la mayoría. El resto, quienes estén entre las personas elegidas, quizá sí alcancen a comprenderlo. Si hace unas fechas se mostraron esquivos entre sí, rompiendo en público relaciones, nada nos hacía pensar que lo visto era lo real. De hecho no lo fue.
Con sus poses, en público y en privado, han logrado lo que quizá se buscaba: dejar todo como estaba hasta el momento. A pesar haberse producido un cambio en la representación en el Congreso, rompiendo el tan cacareado bipartidismo, continúan comportándose como antes de ello. Mantienen ese afán que les ha venido perpetuando en el poder, con el control de las instituciones. Si lo fuésemos a expresar de manera más cercana al habla de la calle: repartirse los beneficios del cercado. Con tales fines, y con la capacidad de moverse dentro de las instituciones (como pez en el agua, diría), afrontan cualquier contratiempo para evitar perder sus privilegios. Que algunos son, aunque nos los oculten con esas cortinas de humo que con tanta facilidad utilizan.
Toda esta trapisonda, de la que son inmejorables urdidores, nos va conduciendo a cotas inasumibles. Trasladan la sensación de no estar interesados en lo que a todo el mundo le preocupa, a la piedra que a cada cual le molesta en su zapato. A veces, en apariencias, otras sin ambages y con total descaro. Sobre todo, cuando frente a cualquier afeamiento de sus conductas, salen a responder con rabia, despreciando a quienes solo les piden el cumplimiento de sus obligaciones o, por qué no, los compromisos adquiridos de modo voluntario, sin que medie ningún tipo de presión.
Por eso ahora, cuando fruto de los comicios andaluces, irrumpe en el panorama autonómico un partido, que en su programa preconiza lo más rancio de las ideologías, resulta vergonzante escucharles una vez más. Sin asumir un ápice de responsabilidad, se empecinan en dar las explicaciones más peregrinas, aquellas que se alejen lo más posible del ámbito de sus obligaciones, vuelven a poner en evidencia de que son todo un ejemplo; pero no un ejemplo a seguir, antes al contrario: un ejemplo a reprobar. Esperemos, en un inusitado alarde de optimismo por mi parte, que tomen buena nota del mensaje, iniciando una senda que les traslade a comportamientos antagónicos con los que nos han traído hasta aquí. Aunque, conservando alguna dosis de realismo, las respuestas aportadas hasta la fecha –y no ha transcurrido tanto tiempo–, no apuntan en esa dirección.





























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