Arucas: cóncava y convexa (y 5)

Juan FERRERA GIL Jueves, 04 de Octubre de 2018 Tiempo de lectura:

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Y creo recordar, tiempo ha, que en el viejo campo de la OJE, en una esquina, donde las casas han sido tapadas por la piscina nueva, recaló por allí una pequeña compañía en el que su director representaba a un personaje peculiar y gracioso de nombre “Pololo”. Y su eterna melodía: “Llévame a la piscina, ci na na, llévame a la psicina ci na na...”; y, por otro lado, en la Hoya de San Juan, en la confluencia de dos pequeñas calles, otros cómicos ambulantes, con su pequeña orquesta y su propuesta de variedades. Estas imágenes la sitúo muy atrás y apenas recuerdo nada de ellas. Si ahora estamos lejos de la Península, cómo sería antes. Así que en aquella España en blanco y negro los sucesos y las novedades quedaban mucho tiempo después en la memoria. Igual que sucede con los buenos libros, que nos dejan un regusto que se desvanece muy lentamente. Por entonces, la librería YAYA, que aún hoy pervive totalmente renovada, era la única del municipio, la de más solera. No solo vendía libros, sino también sombreros, situados en la parte alta de las estanterías, casi rozando el techo. Y Yaya, personaje peculiar. Cuando no lograba identificarte, iba al grano: ¿Y tú de quién eres? A mí lo que me llamaba la atención era el pequeño escaparate que dividía en la mitad una de sus puertas de entrada. Allí los libros captaban toda mi atención, sobre todo las coloreadas portadas de la colección RENO. Luego, la Ferretería VÍCTOR, que también funcionaba como papelería, donde compraba los cuadernos grandes de anillas que inundaron mi casa en los años del Bachillerato. El cuaderno era la pantalla del momento, donde íbamos reflejando los aciertos y desengaños de los estudios; que hubo de todo, como es natural.

Y, luego, ya más granditos, galletones, eso es, nos atrevimos a participar en las fiestas de San Juan con una carroza en la denominada Batalla de Flores. Recuerdo hablar con el concejal de entonces, al que le presentamos un croquis de lo que pretendíamos hacer, y recuerdo también la contratación de la plataforma en la empresa Gallardo de la capital, y de su traslado a Arucas. Fuimos, la verdad, un poco atrevidos, pero, al menos, sentíamos que hacíamos algo por los demás. Poco, pero algo. Claro que quien nos empujaba era Rafael Cabrera, verdadero manitas y diseñador empedernido en ciernes, como después se pudo comprobar. Pero si echamos para atrás el hilo de la cometa, la calle de Los López, donde la pelota y los boliches, y donde mi amigo Juan Manuel y yo, entre otros, fraguamos una amistad que se mantiene en el tiempo, aunque no nos veamos. Siempre fue Juan Manuel un tipo tranquilo. Y tengo para mí que aún hoy lo sigue siendo. A veces coincido con él por la ciudad en algún que otro acto. O lo veo pasear. ¡Cónchale! ¡Ya nadie pasea! Bueno, en algunos lugares aún se mantiene, pero en Arucas se ha ido diluyendo. Aunque estoy convencido de que no es así del todo. Seguro que no presto atención debidamente. Lo voy a tener en cuenta: me voy a fijar.

Y para acabar, de momento, si prestan atención a la imagen antigua, la casa del fondo ahora es un parque. Antes fue una tienda de ropa y de cohetes (o voladores). Después, ya propiedad municipal, el estudio del escultor aruquense José Luis Marrero, en el que pasamos ratos muy agradables en un tiempo que se nos ha ido de las manos. Allí fueron recibidos otros artistas y allí temblamos cuando Tejero asaltó el Congreso de los Diputados. Éramos, en aquellos años, expertos en organizar tenderetes rápidos: una palangana donde la ensalada, pan bizcochado y jareas y cervezas. En apenas unos minutos la juerga estaba montada. Y las partidas de parchís no solo eran sonoras sino que algunos, en la vorágine del momento, se lo tomaban demasiado en serio. Y en el fondo, las risas de todos. Y el arte de Pepe Luis. Todavía me pregunto cómo era capaz de crear en aquel entorno. Sin embargo, el escultor lograba abstraerse y preparar no solo su tesina sobre los Labrantes de Arucas, sino que su creación brotaba de sus extraordinarias manos y de su peculiar mirada.


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