Arucas: cóncava y convexa (3)

Juan FERRERA GIL Jueves, 20 de Septiembre de 2018 Tiempo de lectura:


Es cierto que nuestra ciudad no es perfecta, que en su devenir histórico ha habido de todo, pero no debemos olvidar que desde su misma imperfección sobresale su personalidad, su manera de ser y su forma de actuar y de evolucionar. Algunos se empeñan en identificarla con siglas políticas, y otros andan permanentemente instalados en un tiempo pasado que ya no volverá. Y nuestra ciudad es mucho más que eso. Es todo lo anterior y lo que está por venir. Es una suma de ideologías. Formamos, improbables lectores, un amplio colectivo donde cada uno aporta su grano de arena; su idea, su temperamento y su sentimiento. Por eso yo no reniego ni cambio ni renuncio a la ciudad en la que he nacido. Quizás mi ciudad sea la más imperfecta del mundo o la que tiene más asuntos por resolver, pero me da lo mismo


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Siento sus calles, sus casas, su iglesia, sus parques y presiento que su historia me cae encima y me atrapa, pero puedo soportar ese leve y agradable peso. Y, sobre todo, percibo siempre la estimulante presencia de sus habitantes, de las personas que conozco y de las que conozco de vista, como solemos decir, que también es una manera de conocer. Y ahí están, en nuestras calles, en nuestros comercios, en nuestras plazas...

Y si me apuran un poco, oigo aún el tintineo de los labrantes, al pie de la iglesia, al ladito mismo de la sacristía, donde tenían su chamizo, picando y martillando la piedra de la última torre y, de cuando en cuando, entonaban un bolero conjuntamente al ritmo del pico y del cincel; y si me acerco al Parque de San Juan vuelvo a escuchar la algarabía de mi infancia; y en la adolescencia, esa etapa que nos pega los pies al suelo de forma definitiva, vuelvo a percibir la presencia de los amigos idos, esos que recurrentemente vienen a charlar con nosotros y nos regalan una vez más su eterna sonrisa de juventud. Ese aroma perenne de la amistad tiene sabor a esquina, a plaza, a parque, a tarde lluviosa, a tiempo ido...

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Por eso la ciudad entera palpita en mi corazón y sus calles son las veredas de mis recuerdos y de mis vivencias. Ella representa el espacio que me permite ser uno más en este mundo, un eslabón más en el engranaje de la existencia. Ella es la prolongación de mi vida.

Y ella ha conformado lo que soy y, sobre todo, le pone coto a mi soledad y a mi melancolía, empeñada ésta en presentarme una visión en blanco y negro.

Así que, improbables lectores: Arucas, siempre!!!!!

(Continuará)


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