Hasta que la luna delantera no estaba enchumbada y era prácticamente imposible ver lo que tenía delante, no activaba al limpiaparabrisas. Entonces las escobillas barrían el agua a un lado y a otro y todo volvía a lucir limpio, impoluto. Incluso más que antes de que empezara a llover.
Era como un truco de magia.
Hasta que el dolor no era insoportable y prácticamente imposible de esconder, no rompía a llorar. Entonces sus párpados barrían sus ojos, revoloteaban arriba y abajo y las lágrimas se precipitaban por sus mejillas, quedando atrapadas en sus labios o escapando hasta su barbilla, dejándola limpia por dentro, impoluta.
Era como un truco de magia.
Y como los buenos trucos, estos se prodigaban poco, ya que en aquella isla apenas llovía, y ella ya apenas lloraba.
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