Doña Carmelina y el Cisneros galdense

Opinion

nicolaguerra2016Exalumnos del Colegio Cardenal Cisneros (Gáldar) recrean tiempos pasados y se reúnen anualmente. Pero lo hacen sin aspavientos, maguas o añoranzas: anteayer es solo eso, irrecuperable pretérito. Y el hoy se vuelve sereno placer hacia el mañana, futuro lejano. Por tal razón no pretenden sensibleros reencuentros con quienes disfrutaron de primeras juventudes y encarnadas miradas allá por los años cincuenta y sesenta mientras recorrían la Calle Larga para subir a las aulas, alumnos del antiguo Bachiller o Magisterio. Los identifican, también, las superadas dificultades con que tropezaron día a día, entre ellas la condición de “alumnos libres”.

Sin embargo debo precisar la voz “libres” pues condicionantes políticos, religiosos y de severas tradiciones impedían el ejercicio de la innata facultad que el ser humano tiene para actuar de una determinada manera. Entre los primeros, por ejemplo, el Frente de Juventudes, la (de-)Formación del Espíritu Nacional... De los religiosos destaco forzados ejercicios espirituales, recomendados primeros viernes... Y ante las “severas tradiciones” la peor fue, sin duda, el oscurantismo del pensamiento. No obstante, y casi a escondidas, algunos profesores agilizaron las mentes juveniles ansiosas de elementales palabras. De ahí la deuda que con el Colegio tengo y, por tanto, la admiración y grandísimo agradecimiento a ellos: don José Antonio García Álamo, doña Rosa María Martinón, don Sebastián Monzón, doña María Teresa Ojeda, don Miguel Medina, doña Carmelina...

Aquella inicial academia y luego colegio nos preparaba como alumnos no oficiales. Así, nuestros expedientes académicos nada significaban para la calificación final tanto en los institutos Pérez Galdós (varones) e Isabel de España (hembras) o en la Escuela de Magisterio: nos la jugábamos en Las Palmas ante un único examen de cada asignatura. Así, cada profesor se empeñaba –con acierto y prudencia- en dar al menos un repaso ¡a todo el libro! desde mediados de mayo. Por tal razón nos enfrentábamos con seguridad casi absoluta a los exámenes finales, salvo imprevistos (desajustes nerviosos, pérdida de memoria o descomposiciones estomacales, estas a causa de excesos de calamares fritos almorzados en el bar Espada, cercano al instituto Pérez Galdós). En tres o cuatro días –casi atropelladamente- todo había concluido: Alea iacta est (‘La suerte está echada’).

Además, una vez aprobados 4º y 6º de Bachiller pasábamos inmediatamente las muy selectivas reválidas, sobre todo la de 4º: en esta nos reexaminaban de todas las asignaturas desde 1º. Por tanto, vuelta a memorizar Geografía e Historia Universal y de España, Ciencias Naturales, Física y Química, Latín, los Principios Fundamentales del Movimiento, el concilio de Trento, los pecados capitales...

Doña Carmelina Ramírez, licenciada en Filosofía y Letras, estuvo desde casi siempre vinculada a la enseñanza en Gáldar. Sus exalumnos le dedicaron el más emotivo de los recuerdos el pasado sábado día 8. Comenzó su trabajo en el Cisneros, y cuando el instituto Pérez Galdós abrió sección delegada en el pueblo –después, instituto Saulo Torón- fue el primer director (el femenino es género marcado). Por tanto, varias generaciones de galdenses, ya más numerosas, también pasaron por sus manos.

La tuve como profesora de Literatura en 2º de Bachillerato; y en 4º; y en 6º. Para “mis interiores de adentro” la llamaba bruja, brujísima. Yo, angelical, argumentaba contundente razón (créame, estimado lector): tenía ella la impertinente monoobsesión de preguntarme todos los días. Y si alguna vez me fugaba de clase con doce añitos, a lo largo de la mañana ella encontraba un hueco para visitar a mis padres y darles noticias de mi ausencia físico-espiritual. Lo cual significaba que paga del fin de semana se convertía en algo vacío de contenidos. (¿Lo ve? Más que brujísima era brujisísima... para el niño más amante de soledades en el barranco cercano a despoblados caminos de La Vega.)

Ya en 4º (catorce años y las patillas incipientemente peludas) organicé mi venganza: la había retrasado con astucia para una mayor efectividad. Así, ni me fugué un solo día (pensaba que le hacía la puñeta, sanaca que era uno) ni dejé de llevar las “lecciones” rigurosamente preparadas, pues ella seguía con la inquisitorial manía de mis diarias intervenciones orales. Pero el desquite se me vino abajo bóbilis bóbilis e, incluso, fui víctima de mi osada estrategia: empezaron a gustarme sus clases. Y como tenía cierta facilidad para los estudios y era impenitente lector (Homero, Salgari, novela de Galdós, tragedias griegas...), fui entrando en la asignatura y me convertí en un satisfecho alumno, sobre todo con los comentarios de textos poéticos. Así... encaminé mis estudios universitarios hacia lengua y literatura, venganza de los dioses por mis toletadas infantiles. Hasta la fecha. (Por cierto: durante la presentación de un libro mío en el Club de Prensa se la presenté a varios exalumnos asistentes. Entonces ella, con la sonora sonoridad caracterizadora, les comentó entre risas y aspavientos algo del pasado: “¿Saben ustedes que Colacho me llamaba “bruja” en Gáldar”? (¿Cómo lo supo? Jamás me lo quiso decir. Pero a ella no le importó, pues a cambio me obligaba a estudiar.)

Fue una mujer enamorada del aula. Y una gran profesional seria, rigurosa, exigente: “El dinero que sus padres invierten en la educación no puede malgastarse en vagancias y holgazanerías”. Su machacona lección entró como con sangre, impactó y nos hizo mayores acaso antes de tiempo. Sensibilizó edades juveniles y obligó a mirar más allá de nuestras propias limitaciones: “Si quieren ser algo más, estudien”. Acabó su sendero dos meses atrás.

El pasado sábado día 8 decenas de exalumnos rehicieron caminos con ella (yo estaba fuera). Y su voz se escuchó en la Calle Larga: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso e despierte / contemplando / cómo se passa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando”...

Ya ve, doña Carmelina: con usted, la mar como vida domina sobre la manriqueña del aula. La misma mar sobre la que anduvo el Jesús machadiano. Pero no el del madero, fe de sus mayores...

 


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