Paco el pistoso

Opinion

juanferreraPaco, el pistoso, presumía de lo que tenía: su guapura. Y lo sabía. Además, moderno: pelo largo, al estilo Beatles, sonrisa agradable, ojos chicos, no muy alto y orejas pequeñas y pegaditas. Siempre llevaba en la mano su cajetilla de Camel. Fumaba muchísimo. Cuando iba por el Casino, daba la sensación de que los demás tenían que caer rendidos a sus pies, como auténtico rey del guateque. Las chiquillas de entonces lo tenían mareado: todas querían bailar con él cuando sonaba la música “pa agarrarse”: los temas lentos. Y así su ego fue aumentando hasta tal punto de que cuando le ofrecieron trabajo como vendedor de coches en la Ford lo rechazó porque la marca no le gustaba nada: Fabricación Ordinaria Rotura Diaria. Y lo contaba en la cantina del Casino, cuando el baile del domingo ya había finalizado. Lo cierto es que la gente lo aguantaba y lo apreciaba: al final siempre pagaba las copas. Paco, como estudiante, solo aprobaba Gimnasia en el colegio: corría velozmente y saltaba la altura de manera extraordinaria. Pero nunca fue maleducado con los profesores ni con sus amigos: solo que era un pistoso de mucho cuidado. CantinaMantenía la pose de interesante cuando se sentía observado. Como actor de telenovela mexicana hubiese sido un auténtico galán, pero como no se sabía ni el Padrenuestro entero, era harto improbable tamaña proeza. Los domingos, su día preferido, tocaba ir al Casino, a La Sirena, a la Sociedad y, en ocasiones, a la Sala de Fiestas Quintanilla, que en aquellos años setenta despuntaba en su modernidad e instalaciones; y en su música, claro. En cuanto Paco se tomaba dos cervezas caminaba con un aire desgarbado y llamativo, cual ritual de ave subtropical. Y bailando suelto parecía un muñeco de goma; mucho antes de que los mimos recalaran en la ciudad con su muda interpretación en aquellas Burbujas Musicales de los setenta. Después de la mili, cuyo uniforme lucía como cual ropa de domingo, se trasladó a Tenerife y de allí saltó al norte de Europa. Recuerdo que en el Casino siempre hablaba de Dinamarca y de su idioma: el dinamarqués. Tal vez por eso eligió ese país: porque era el único idioma del mundo que llevaba implícito un título nobiliario. A pesar de que su padre se dedicaba a criar gallinas y pollos, Paco, el pistoso, aparentaba descender de una de las familias más nobles de aquella ciudad pequeña, coqueta y cabeza de comarca. Pero el tío era simpático, y las chicas chic del pueblo revoloteaban a su lado cada domingo por la tarde en el baile del Casino. Luego le perdimos la pista durante muchos años. Y cuando volvimos a saber de él, nos enteramos de su fatídico destino: una bomba había estallado en una cafetería de Christiania, adonde había ido de paseo. Para cuando llegó la noticia a la ciudad, el Casino había cerrado, y la Sociedad, y La Sirena, y la Sala de Fiestas Quintanilla. El mundo que Paco había vivido también había desaparecido con la bomba del tiempo. Sus amigos, un domingo al mediodía, depositaron unas flores en la entrada del viejo Casino y algunos se atrevieron a recuperar los recuerdos de un tiempo ya ido. Al día siguiente, junto a las flores, una de las admiradoras de entonces añadió una cajetilla de Camel.


(del inédito libro APENAS UN INSTANTE)


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