La mirada se queda atrapada. Abstraídos, cautivados por el amanecer que se ofrece cual regalo, los ojos del fotógrafo captan la luz de la mañana que baña la tierra, rojiza, encendida, salpicada de sombras, como un tapiz tejido por las manos de la naturaleza. Se unen armónicamente los colores de la tierra con el azul blanquecino del mar, en el que la mirada parece entrar en un sueño de acuarelas que la lleva hasta las nubes, alargadas, igual que la cadena montañosa en la que los ojos del fotógrafo, como por una ilusión, creen ver una ingente y seductora teta, con goloso pezón, que se eleva erguida hacia el cielo. Un cielo azulino con nubes malvas, blancas y una gris oscura que parece un helicóptero de humo, todas danzando en el aire, celebrando la llegada del amanecer
Foto de Ignacio A. Roque Lugo.



























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