El norte de las islas nuestras mantiene un cierto parecido que las identifica en su unidad. Por su geografía y por su clima.
Han ido dibujando una particular forma de ser y sentir las recurrentes nubes que encapotan el cielo. Y una lentitud enraizada en el proceder isleño. Y sobresale la costa norte por la suave brisa del tiempo detenido, que ha sabido aguantar las distintas oleadas de los mares embravecidos por un desaforado urbanismo. Gracias a su casi permanente panza de burro, la especulación del suelo ha emigrado en busca del sol y de las rubias llanuras marinas.
Es una suerte maravillosa el dulce encanto de los pueblos y lugares norteños, donde la vida parece transcurrir al ritmo del cercano mar, la otra parte de la isla, y de las nubes amigas, veteadas casi siempre por los rayos del sol.
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