La belleza de la Palmera Canaria resulta evidente. A nadie se le esconde que al contemplar el paisaje de nuestra tierra siempre nos acompaña. Es algo así como el mar interior: si no la percibimos, inmediatamente la echamos de menos. Lo relevante es que su presencia no solo resulta agradable, sino que además es imprescindible. Y son tan suyas las Palmeras Canarias que, en ocasiones, juegan con el entorno. Si se fijan en la imagen, esta Palmera ha conseguido tener luz propia por segunda vez. No sé si me explico.
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