El tibio sol de la tarde, fiel a su cita, acaricia las fachadas sin dañarlas, sin sentirse ofendido por encontrarse con las ventanas cerradas. Desearía el sol poder entrar, pero se conforma en su impotencia.
Cada tarde ocurre, cada tarde sucede: el recurrente sol aparece por el lugar y sus delicados rayos se detienen en las alineadas casas. Pronto vendrán las sombras y el mismo espacio cambiará de tono, ambiente y atmósfera.
Es lo que tiene la noche. Y el silencio negro.































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