Corre el vientillo libre y pletórico por las calles de Agaete, anunciando la canción de Rama que se avecina. Tiene la villa en este anual comenzar de agosto un algo especial, que se nota en las miradas brillantes de los vecinos.
Cantan las guitarras en la noche, y cuando el pueblo duerme, se puede escuchar el palpitar acelerado de los corazones, anhelando el tronar del volador que da permiso para que la villa a una, reciba la amada Diana.
Se levanta Agaete este miércoles, tres de agosto, con la jiribilla de la espera. Es un sentimiento colectivo que se respira en el aire, y que solo sale de lo más profundo de aquellos que antes de empezar a caminar, aprendieron a alzar sus brazos al cielo.
Un sentimiento reflejado en el lloro del pequeño Joaquín cuando su madre Raquel le preguntó ¿qué te parece si los días de las fiestas nos vamos al sur? La respuesta en forma de río de lágrimas y doloridos quejidos, fue contundente, por lo que a Raquel no le quedó otra que cancelar el viaje y prepararse para que el pequeño pueda dar rienda suelta a la alegría de la enramada.
Joaquín es ejemplo de esa crianza de infancia que se perpetúa de generación en generación, en la que la espera de la enramada del cuatro de agosto, marca el crecimiento en la vida. Así, que el deseo es estar en la villa, no lejos de ella, en estos días en el que el sentir está a flor de piel. Y sienten igual los niños como él y los adultos que acumulan recuerdos de ramas en la memoria.
Y es que Agaete ya huele a poleo y mimosa, eucalipto y retama. Agaete ya huele a fiesta. En las calles se palpa el ajetreo festivo, con los vecinos afanados en tener sus casas preparadas, con fachadas albeadas para que luzca impecable el blanco característico. Con las neveras repletas de ensaladilla rusa, sanador caldo y carne mechada.
Cuando la noche caiga sobre la villa, multitudinariamente se saldrá a la calle a compartir las últimas horas de la espera.
Un año más se mirará al reloj con desesperación, y el artilugio que marca el tiempo, como uso y costumbre, se empeñará en andar despacio, sin prisas.
Se aliviará la espera recibiendo con los brazos abiertos a la familia y amigos que retornan para compartir la deseada amanecida. Se visitarán los altares festivos para apaciguar el nerviosismo.
Y cuando ya falte poco, tocará coger sitio en los alrededores del ayuntamiento, con la mirada puesta en el cielo y los oídos bien atentos, para escuchar ese sonido de vida que en forma de volador canta a las cinco de la mañana, y que hace saltar el corazón único de un pueblo que ama la enramada.
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