La calle siempre ha sido de todos. Bueno, en las dictaduras, no.
Y, ahora, con la ley mordaza se ha quedado pequeña y estrecha. Pero las calles son calles y no veredas, de las que hablaba Galdós, por donde apenas cabemos. Somos muchos, muchos los que transitamos por ellas y necesitamos espacio y anchura: la vida nos lo exige. Aunque la autoridad competente se empeñe en recortar las calles, es decir, la libertad de expresión, las personas volveremos a poner las cosas en su sitio. No necesitamos que nos lleven de la mano. Tal vez tardemos un poco, pero eso es lo de menos.
La calle es un bien común, un entrañable lugar de encuentro y el marco perfecto de las libertades. De todas las libertades.
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