Graffitis

Al final de Las Canteras, o al principio, según se mire, donde La Puntilla, perviven viejas casas que un día, habitadas, estuvieron al lado del mar. Sobre sus desconchadas paredes, y vacías moradas, hay una serie de graffitis que son una invitación a la contemplación detenida: homenajes diversos a personajes de la capital y, más concretamente, de La Isleta.

Está bien eso de los graffitis que invitan a pensar. Primero, porque sus creadores son artistas auténticos, que saben lo que hacen; y, segundo, porque es una manera de mirar al mar y a la ciudad que se asoma.

Celestino Ramírez, El Último Salinero, no solo refleja el azul de su procedencia, sino la cadencia de un pueblo que ha ido perdiendo las profesiones antiguas. Tiene cara agradable el tal Celestino Ramírez, y para mí que hay una cierta “coña marinera” en sus ojos. El artista ha mezclado sal y mar, siempre juntas, siempre enlazadas, que los isleños de la costa llevan encima. La pachorra de Celestino se adivina en su cachorro, que esconde una cabeza bien amueblada.

Luego viene el homenaje al “cambullonero”, unido indisolublemente al puerto, a los barcos, al trajín en las pequeñas embarcaciones, al intercambio, al trapicheo, a los primeros turistas, y, sobre todo, a la manera de ser de una ciudad abierta al mar, donde “el puerto es lo primero”, como se escribía en LA PROVINCIA/DIARIO DE LAS PALMAS, periódico siempre atento al devenir portuario a través de la pluma perfecta, y precisa, de Juan F. Fonte, que nos trajo las noticias y los pareceres marítimos. Aquí, el señor de la imagen es distinto. También lleva cachorro, y corbata, y se adivina en él las habilidades características del regateo y la persuasión.

Claro que Carmen Jiménez es una mujer de armas tomar. No se anda con chiquitas. Y dice las cosas claras, muy claras: “nacimos aquí, vivimos aquí y pienso quedarme aquí hasta que cierre los ojos”. Si esto no es una declaración de principios, ¿qué será? Mucha mujer debió ser, o es aún hoy, Carmen Jiménez. Sus palabras son una reivindicación no solo humana sino urbanística también, a tenor de lo que ha ocurrido con la zona de La Puntilla, y con la isla en general. El tiempo inexorable cambia las cosas y las casas de sitio. Por eso los artistas que han diseñado y realizado estos graffitis nos dejan la visión de lo que un día fue la ciudad, por entonces más pequeña y cercana. Pero su visión es universal. No se regodea en lo local, sino que trasciende la realidad y su lectura, y sus imágenes, reflejan un mundo cambiante.

Sin embargo, Manolo Santana, asomado a la ventana, nos mira con cariño. Su ventana está abierta al mundo, no solo a la pequeña calle marítima que fue esa zona. Su mirada es la de un hombre con experiencia, sin presumir de nada, dispuesto a hablar con quien quiera detenerse. Es un hombre de mirada lenta y auténtica, aspectos estos cada vez menos visibles en la sociedad vertiginosa en la que estamos inmersos. Manolo Santana nos ha dejado la puerta entornada, para el viajero que quiere descansar. Y él, desde su ventana abierta al mar, como la de un camarote de un lujoso trasatlántico, nos hablará de lo que un día fue y hoy ya no es.

Y, por último, Mary Sánchez, fielmente retratada, donde la canariedad queda reflejada en su bello e indigenista rostro, representa el sentimiento musical de un pueblo que siempre ha cantado, y canta, no solo a los del lugar, sino a los que emigraron, desde el Morro de La Habana en Las Canteras, en busca de un mundo mejor.

Igual que ahora. Igual que siempre.