Las calles de la infancia se han hecho pequeñas.
De niño eran enormes y largas, y anchísimas. A medida que crecíamos se iban estrechando, acaso como la vida misma. Pero aún mantienen el encanto del tiempo ido, de aquel instante fugaz donde las convertíamos en ruidosos campos de fútbol, en alocadas pistas de carreras y en mil aventuras que la imaginación nos traía como una fuente inagotable. Son las calles de la infancia las que se quedan, las que se renuevan: a veces, bulliciosas, como antes, donde parecían una prolongación más de las casas, siempre abiertas; y, ahora, silenciosas y tristes porque los juegos se han trasladado a las pantallas y las nuevas costumbres sociales son otras.
Sin embargo, seguirán siendo siempre ¡¡las calles de la infancia!!
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