No importa que París esté lejos, ni Islamabad, ni tampoco Niza o Madrid... No puede ser que tanta barbarie se extienda por el mundo. No avanzamos. No progresamos. Seguimos con las mismas guerras que en la Historia han sido. Parece que estamos enrocados en la permanente violencia. Y así, en ese bucle interminable, permanecemos en el mismo sitio.
El terrorismo de diversos nombres y apellidos se pasea por el mundo como un tren de mercancías y, cuando la estación donde se detiene es europea, nos despierta de este letargo veraniego y nos sacude y nos asombra. Otra vez el dolor. El dolor de los vecinos, que es el nuestro.
Por eso debemos subir la escalera. La escalera de la igualdad y el progreso. Y de la inteligencia.
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