Sentada en la acera, Dácil estaba molida como un zurrón. Con su hija Arume y con su padre Antonio, subió el lunes a primera hora de la mañana al Pinar, a buscar su rama, y a las cuatro de la tarde ya estaban en casa, pero el esfuerzo pasó factura, y buscaba ánimo para bailar su querida enramada.
Y es que en el Valle de Agaete, cada 28 de junio, se sacan fuerzas de donde no hay, para ofrendar el baile de verdes ramas al patrón San Pedro.
Begoña y Mensa cumplieron con la tradición de hacer el camino de romería a Tamadaba y pasar la noche bajo los pinos. La noche fue algo fría, con algún mosquito molestón, y con una sinfonía de ronquidos de los que a pierna suelta dormían a su lado, que les impidió pegar ojo. Pero la noche en vela supo a gloria, esperando la luz de la mañana para que Tamadaba se hiciera enramada.
En la Era del Molino, Carmen y Alejandro tenía calentito el caldo para reponer las fuerzas, y a las diez, cuando sonó el volador, la caracola tronó y la banda de Agaete inició la melodía de rama, el cansancio desapareció en los sufridos cuerpos, y la alegría desbordó los corazones.
Acaymo es de Tenerife y hace cuatro años que descubrió la Rama de El Valle a través de unos primos que son de Gran Canaria. Desde entonces no se pierde una subida al pinar y la danza callejera en la calurosa mañana. " Vienes una vez y ya te quedas fijo, porque esto te engancha", decía, intentando dar con los amigos que se le habían perdido.
Fue la de este martes, una rama tranquila, familiar, y por eso se disfrutó de lo lindo. La banda Guayedra relevó a la de Agaete, y siguió sonando la Madelón y el Quinto levanta.
Y con el sonar musical, el cielo desapareció cubierto por los frondosos ramos de eucalipto, mimosa y poleo, que expandían el aroma embriagador que hace única a la enramada del Valle.
Los pequeños Rosario y Eduardo no habían estado nunca en la Rama de El Valle. Su madre, Juana Teresa, hacía nueve años que no iba, y este año se animó para que sus hijos conocieran el sentimiento puro de esta fiesta.
Yaiza no pudo subir este año al pinar por un pequeño problema de salud, pero encargó su rama, para bailarla hasta el patrón.
En la plaza, poco a poco, la imagen de San Pedro, recibía la ofrenda de ramas como pago a los favores concedidos.
También en la plaza, junto a sus hermanas Tere y Margarita, Pepe del Rosario hacía sonar la caracola, emocionado por poder disfrutar un año más de la tradición festiva de su pueblo.
Casi llegó la tarde, cuando en El Valle seguía la danza de la enramada, con los vecinos totalmente entregados, con la piel de gallina, con el corazón encogido con el recuerdo de los ausentes, con el alma temblorosa al pensar que ya quedaba poco, que en segundos todo acabaría, y con ese final comenzaría un nuevo año de espera por ese día grande en el que El Valle se viste de verde enramada.
Puedes ver una amplia galería fotográfica de La Rama en este enlace.
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