Dudas sobre la corrupción

Opinion

leonilocartel2015La mejor manera de quitarse de en medio, para evitar los efectos de tus propias acciones, parece que sea sembrando la duda. Viene a cuento por la intervención, de uno de los tantos vicesecretarios del PP, en un programa de la SER. El buen señor, quizá para no sentir el sonrojo inherente al actual estado de cosas, hizo referencia a un hipotético pacto por la corrupción. En el mismo, por si no hubiese suficiente para desviar las miradas, se procedería a definir qué entendemos por corrupción. A modo de ejemplo, sin pensarlo dos veces, se refirió al robo como su concepción de corrupción. Dicho de otro modo, volvemos de nuevo a privilegiar en tal saco a quienes roban gallinas. Ya nos advirtió de tal situación, sin mostrar solución al respecto, el actual presidente del Tribunal Supremo. Porque se pide, cuando menos, a quienes tienen presencia en la actividad política, un mayor grado de definición. Sí, soy un tanto ingenuo, me suele suceder en estas ocasiones, confundo realidad con deseo.

Un tiempo después, del mismo grupo político – su portavoz en el Congreso de los Diputados – aulló por si alguien no llegara a escucharlo. Introdujo, no ya dudas entre los que provocan con sus voces el conocimiento de la noticia, sino cizaña entre quienes – en un espacio pleno de limitaciones – tienen la responsabilidad, y más bien la potestad, de impartir algo cercano a lo que entendemos por justicia. Enredó, como él solo sabe hacer, sobre la posible parcialidad de quien les había afeado impúdicas conductas. Para colmo les exigía una fianza millonaria, por eso que se denomina responsabilidad civil subsidiaria, a la que no quieren hacer frente, por múltiples y variadas motivaciones. Eso sí, quienes se afanan por exponer su disposición a colaborar con la Justicia (de qué presumes, por saber de qué adoleces), tratan de dilatar instrucciones con la presentación de recursos. Están en su derecho, no cabe duda; sin embargo, así no habrá modo de evitar continuadas dilaciones y lograr esa rapidez en la instrucción, predicada por doquier y llevada a la categoría de norma, que más parece con otras intenciones, visto lo visto.

La corrupción parece no distinguir colores ni ideologías, al menos con carácter general, pues ya están las correspondientes excepciones. Ya lo dijo en su momento Quevedo: Poderoso Caballero / Es don Dinero. Y bien debe serlo porque, cuando se comienza a conocer el vértigo de las cifras, la cantidad del dinero que se perdió por el sumidero de la corrupción, llega uno a preguntarse si, de no haber tanto ladronzuelo y pícaro del tres al cuarto, las penurias de los recortes habrían tenido cabida. Con las cifras ante los ojos, lo uno y lo otro son tristemente equiparables. Incluso, para escarnio de quienes han hecho de la corrupción hábito de vida, podríamos estar viviendo mucho mejor. Tal es el monto de la cifra de lo desviado de su finalidad.

Como quiera que su presencia se extienda de uno a otro extremo del entramado político, aparece también en las filas socialistas. Dónde si no, en Andalucía, lugar de amplia y dilatada permanencia en el poder. Allí, después de muchos dimes y diretes, resulta que están propuestos para juicio quienes tuvieran responsabilidades de gobierno, tantos años como con orgullo nos recuerdan. A pesar de haber denostado a la instructora, aprovechado aforamientos (parecen pensados ad hoc), aunque las voces estuviesen calladas, la maquinaria ha continuado con su tarea; ahora, cuando peor están las fechas (qué dirá Celia Villalobos ahora), van a modificar sus situaciones procesales, con la promulgación del juicio oral. En este caso, y a modo de cortina de humo, se rescata la vieja táctica del victimismo. Aprovechando la campaña electoral, así como la probable pérdida por segunda vez, se busca a un enemigo. Tal enemigo, con quienes por cierto estuvieron compartiendo tareas de gobierno con mejor o peor fortuna, y la otra formación con las que se coaligaron para las próximas generales, les profesan, en palabras de la lideresa andaluza: odio. Vamos, que les tienen una cierta inquina.

Sea como sea, independiente de cuan profunda sea la duda, el problema es más que evidente. Se metieron en unos jardines, de bellos colores y atractivamente perfumados, en los que se presuponía una cierta impunidad. No lograda tal, acaban siendo objeto de juicio quienes – a pesar de tanta duda – se lucraron, supuestamente, de las finanzas públicas, ya directamente o a través de esas entidades financieras privatizadas, para mayor gloria de unos pocos. Lo que sí suscita duda, no otra sino si eso es el tan cacareado interés general.


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