El silente parque
El Parque de San Juan, de noche, ofrece la tranquilidad silenciosa a los pocos paseantes que lo cruzan, abrigados, en dirección a sus casas. Atrás quedó la algarabía infantil, la chiquillería que cada viernes por la tarde lo inunda y lo renueva. Ha visto tanto el Parque de San Juan que siente que el tiempo es suyo, que cada instante es único y que mañana, y pasado también, volverá a estar a disposición de sus paisanos.
La tranquilidad de la noche no es más que la hibernación diaria a la que es sometido desde que comenzó a cumplir su función comunicadora. Porque el parque no es solo símbolo de juegos, sino de encuentros y desencuentros, de bailes, taifas y de mítines políticos. Pero, sobre todo, es el contexto de nuestras existencias, el punto de confluencia de las distintas etapas vividas y el lugar del reencuentro con los amigos.
Es una bendición que nos dejaron nuestros antepasados, que no solo pensaron en ellos, sino que tuvieron la perspectiva del futuro, algo que ahora desconocemos y ni siquiera parece estar en el horizonte más próximo del ser humano. Por eso nuestros antepasados fueron tan modernos: porque su visión traspasaba el tiempo.
Así que nuestro querido parque de San Juan es un túnel del tiempo donde están todos los aruquenses: los que han sido y los que están.
Y los que vendrán tendrán el tiempo suficiente para descubrirlo y quererlo.
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