Escribir

Dice mi amiga Paqui Afonso, a la que tanto debo como profesor, que "escribir es lo que nos proporciona felicidad". Y lo cierto es que no anda mal encaminada. En estos tiempos asirocados de trampas y corruptelas varias que nunca son juzgadas, la desazón que provoca la realidad es tan angustiosa que solo viene a desaparecer cuando nos sumergimos en las agradecidas páginas de la Literatura. O cuando nos enfrentamos, cual cíclope lucha, a un folio en blanco. Y digo folio porque quiero decir folio: papel y bolígrafo, y la imaginación que se traslada al pergamino. Como antes, como siempre ha sido.

Y no saber el camino. Y avanzar hasta el final. A veces por veredas estrechas que nos encogen el alma y nos devuelven sensaciones perdidas. Y la mirada que se pasea en la cercana montaña de Riquiánez, en esta tarde luminosa y fría de este invierno de agosto. Escribir hasta perder el aliento: esa es la pasión. En otras ocasiones, el recorrido parece ancho y espléndido, acaso provocado por el recuerdo feliz que tiempo ha vivió en nosotros.

"No hay tesoro más grande que la escritura propia, aunque al otro no le guste", dice el escritor Juan Cruz Ruiz. Y hay mucha verdad en esa afirmación. A los que comparten esta pasión les quiero decir que no están solos, aunque la soledad se sienta a su lado en el momento de la creación. Siempre, en alguna esquina, en alguna casa, en algún parque, hay un lector que nos regala su tiempo libre y se asoma a nuestras palabras como si de una ventana se tratara. Y la ventana, abierta de par en par; y la mirada escudriñando el texto.

Por eso, improbable y desconocido lector, le agradezco con toda el alma que haya sido capaz de llegar hasta aquí.