Aquella víspera de Reyes bajó al trastero dispuesta a hacerle un hueco a la tabla de surf que sabía que le regalarían, como otros años había hecho con la bicicleta, los patines, la escafandra de buzo y tantos otros regalos que permanecerían allí junto a los sueños rotos, los propósitos de año nuevo y el resto de cosas que nunca se atrevería a hacer.
De vuelta a casa, como siempre, dejó la llave del trastero en el cajón de la mesita de la entrada. Nunca perdía la esperanza de que aquella puerta oxidada se abriera algún día, no para seguir metiendo trastos sin estrenar, sino para dejar salir la valentía agarrada de la mano de todos sus juguetes.





























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