Demasiado a la izquierda para ir derecho
Nos empeñamos en conseguir una izquierda renovada, exigua de prejuicios a la hora de divulgar un contenido asumible a una ciudadanía cada vez más desconfiada y escéptica en todo lo relativo a ideologías asimétricas, carentes de cualquier nexo común que confirmen objetivos basados en estructuras afines con la única intención de servir de sustento al equilibrio de la sociedad.
Ser políticamente ecléctico no aparece en el pensamiento de los representantes públicos de las distintas formaciones que rigen la política en España, más bien se confunden en un egocentrismo rayano en la osadía que les da un elitismo exacerbado de sus seguidores.
Llegar a una sintonía capaz de unir decisiones y lograr una cierta afinidad de ideas tan sólo aparece proporcionalmente en casos de extrema gravedad que afectan notablemente a la ciudadanía y que tienen un periodo de caducidad previsible una vez superado el momento que les unió por vergüenza propia.
Tantas confrontaciones llegan a irritar al más pintado y despiertan un sentimiento de incredulidad ante la poca ejemplaridad que los políticos reflejan a la sociedad que debe elegirles democráticamente. Es decir, que por muy idealistas que seamos en un país cargado de necesidades, convertido en un solar de empleo y carente de expectativas futuras creíbles a corto plazo, lo que menos atiende la ciudadanía es a las ideologías extremas inmersas en conflictos internos o con probabilidades ligeras de confundir de nuevo a los votantes.
La simpleza política previa a un resurgimiento de la honestidad en sus miembros se nos niega por ahora, oculta bajo apariencias democráticas falsas y construidas con análisis críticos con movimiento de balanceo según se empuje por uno u otro lado la cuerda de la discordia. Lo de ensalzar la figura de un líder por parte de sus más allegados concluye banalmente como consecuencia de una falsa orientación dirigida a una parte de la sociedad previamente acordada en los números añadidos a esas famosas estadísticas; el resultado posterior y la oferta de variantes con las que llegar al éxito es considerado por la mayoría representativa en estas ocasiones, como un trámite obligado que transcurre con rapidez una vez tomado los mandos de la nave del poder y el objetivo al que hasta entonces era prioritario, pasar del punto de mira al olvido en apenas unas semanas, la fracción adecuada que configura el tiempo trascurrido desde el comienzo de la precampaña electoral hasta el día después de las votaciones.
Tal imagen descorazonadora hace a la sociedad interpretar de nuevo un personaje imprescindible, el del votante, para que alguno de estos dispares personajes enfrentados al unísono en busca del liderato final se postule como vencedor ¿Después? No pretendemos desde luego que las cosas sigan como hasta ahora ante la definida participación que la alternancia ha tenido durante nuestra experiencia democrática, los ciudadanos buscan un cambio en toda su intensidad, comenzando por la forma de hacer política en nuestro país ya acabada y el nuevo carácter innovador de las jóvenes formaciones.
Pero hay nos topamos con un nuevo problema, cuando parecía que la izquierda, esa izquierda renovada y joven nos hacía presagiar que la democracia en España volvía por sus fueros con aire fresco, que esa izquierda conseguiría regenerar la Constitución gastada por el intrusismo político acostumbrado a hacer libremente lo que su antojo dictaba, ha resultado necesitar más tiempo para diseccionar su postura y apartar lo que a todas luces carece de sensatez para que los que creían haber logrado desbancar a la derecha de su trono maléfico y por ahora solo han conseguido con tal postura sentirse desplazados por el momento.
Nada mejor para hacer la campaña a una formación contraria en ideología a la tuya que aligerarla de equipaje mediante aptitudes poco acertadas y cambiantes con asiduidad; la izquierda española se confundió en su momento queriendo atrapar en una gran red la sintonía de sentirse proclives a fomentar la participación ciudadana y con esa diligencia, la devolución de votos perdidos a lo largo de los años de prestancia socialista. El malestar creado ha confeccionado una imagen destartalada que a pesar de sus dosis de triunfo en las pasadas municipales y autonómicas, se difumina poco a poco sin apenas darse cuenta de que han sido ellos mismos los que han dejado demolerse las expectativas generadas y tendrán que volver a construir una vez más la fortaleza de su ideología pasada con tintes novedosos a los que la época exige.





























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