Inhumanos
La reciente oleada de atentados, propiciada por desalmados sin miramientos y carentes de escrúpulo alguno, conduce una vez más a la confusión y a la contienda. Sin olvidar, a pesar de algunas opiniones, el dolor propiciado por cualquier muerte violenta. Desde el primer momento, en cuanto se tuvo noticia de tanta desolación, se pusieron en marcha las distintas corrientes de opinión. Entre las tantas surgidas, aparecen esas capaces de enredarlo todo, aún más si cabe en una situación de por sí tan espantosa. Quizá, junto al horror auspiciado por los crímenes, sea otra de las conquistas de esos malnacidos dispuestos a matar sin respeto alguno por la vida. Capaz de manipular sin freno: generar discordia entre las víctimas de su acción, sobre todo las indirectas.
En acontecimientos de este tipo, se confrontan dos modos de pensamiento. Por un lado, un pensamiento centrípeto, con tendencia a condensar de modo paulatino – más veloz en ocasiones – sus limitadas ideas en un punto. No se trata de una condensación al modo de los agujeros negros, sino de una reducción con una relación con lo reducido cercana a la unidad. Ese hecho nos tendría que hacer reflexionar, pues el resultado es un discurso cargado de dogmatismos. Estos, sabemos hasta donde nos conducen. Siempre se mostraron de ese modo, nada les podría hacer cambiar, se encuentran a gusto desconociendo hasta dónde alcanza su nivel de ignorancia. Lo someten todo a esa extraña vara de medir, susceptible de utilizaciones diversas, instrumentalizándolo en función de sus propios intereses.
El otro modo, en este como en distintos acontecimientos, es el pensamiento centrífugo. Con tendencia a abrirse a cualquier influencia externa, cuando esta puede ser expuesta a la correspondiente revisión. Es un pensamiento permeable, que desde el reposado razonamiento es capaz de incorporar nuevos elementos, facilitadores de la comprensión de los acontecimientos. Huye del dogma, como no puede ser de otro modo, al carecer de base lógica. Por eso es un pensamiento en continua evolución, incapaz de permanecer estático, afrontando los incesantes retos, esos que le conducen a ampliar sus límites, a colocar aún más distante su horizonte referencial. Al otro modo, al centrípeto, le resulta poco digno de considerar; son, sin lugar a dudas, modelos incompatibles.
Los atentados parisinos, donde el terror y la barbarie hicieron conjunción sembrándose por todo el país y, por extensión, al resto de los europeos, activaron la maquinaria, como si estuviésemos refiriéndonos a un elemento dispuesto a actuar. Los comentarios alusivos al canallesco hecho, no se hicieron aguardar, comenzaron a bullir como agua en un recipiente expuesto al calor de la llama. En este caso, la del dolor. Claro, los dolores no tienen origen común, acaso solo compartan consecuencias. Tampoco se retrasó la emergencia de la xenofobia, auspiciada cómo no por el pensamiento centrípeto. En su afán de confundir la parte con el todo, surgieron voces – que por su posición suelen oírse con más facilidad – relacionando los atentados con la gran demanda de asilo (actualmente constatada) por parte de quienes huyen de los mismos que consumaron la matanza parisina.
De lo que no cabe duda, se mire desde donde se mire, es de la inhumana actuación de quienes el otro día, "armados hasta los dientes", sembraron el terror en las calles de París, llevándose por delante – como acostumbran en todas sus actuaciones – a personas ajenas a los grandes negocios de armas, esos que permiten a estos inhumanos moverse con total impunidad un viernes por la noche con material de guerra para segar las vidas de quienes solo tienen interés por la paz, sin más aditamentos ni interesadas majaderías. Eso, según parece, es harto difícil de entender para quienes hacen, de este tipo de atrocidades, causa para mantener viva la llama del desprecio y la barbarie.
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