El hombre del saco
Así no puedo seguir. Esto de ser un maldito converso me trae la cabecita loca y el pie cambiado. Encima, ahora, me obligan a jubilarme sí o sí. Después de todo lo que he hecho por mejorar la Administración. ¿Cómo? ¿No se los había dicho? Sí, soy un fiel funcionario que en estos últimos tiempos he sido defenestrado injustamente. Pero he sabido labrarme, en el nuevo puesto, una imagen coherente: he hecho todo lo que mi superior me ha ordenado. Tal es así que, al realizar las visitas protocolarias a los distintos ayuntamientos de la isla, me llaman "el hombre del saco"; como cuando en el Terrero, apenas anocheciendo, mi madre me lo decía para que entrara de una vez en casa después de tantos juegos vespertinos en la calle sin coches. ¡Qué injusticia tan grande! Ahora, mis subordinados, odiosos y rencorosos, me lo dicen a mí. Pero yo, que tengo una fe berroqueña, sigo impertérrito.Dicen que ya he cumplido la edad y que aún no he asimilado mis veinte años en el puesto anterior y mis ocho en el actual por mor de la nueva política de pactos. Que la vida cambia, y que ahora puedo dedicarme a mis aficiones. Pero, coño, si lo único que he hecho es trabajar y obedecer y, sin embargo, me he convertido en "el hombre del saco". Sin embargo, mis superiores me quieren echar. Dicen que ya he cumplido la edad y que aún no he asimilado mis veinte años en el puesto anterior y mis ocho en el actual por mor de la nueva política de pactos. Que la vida cambia, y que ahora puedo dedicarme a mis aficiones. Pero, coño, si lo único que he hecho es trabajar y obedecer y, sin embargo, me he convertido en "el hombre del saco".
Dios mío, qué injusticia.
Después de aprenderme todo ese vocabulario, después de ponerme al día con el ordenador, me encuentro que mis subordinados ralentizan mis órdenes, cuando no las copian de los tutoriales o de otros ayuntamientos del país, y las machacan y las presentan como suyas. Este país así no puede seguir. Y yo, triste y desolado, tampoco puedo seguir así. Noto que ya nadie me hace caso, que cruzan las miradas cuando hablo y adivino ciertas risas cómplices. ¡Y me obligan a jubilarme!
Pero en la penúltima reunión no me puede aguantar y lo solté:
--- ¿Qué piensa usted hacer para que sus trabajadores utilicen las nuevas tecnologías y abandonen de una jodida vez los viejos libros, las antiguas carpetas, los polvorientos archivadores y las desfasadas fotocopias? ¿Cómo los va a incentivar?"
El primer mandatario no supo qué decir.































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