¿Quién coño les ha dicho a esos mostrencos imberbes que van disfrazados de menesterosos -sin querer ser irrespetuosos con los indigentes-, con un vaso colgado al pescuezo y vomitándose en las aceras que están homenajeando sus tradiciones?
Y a ellas, ¿a ellas quién carajo les ha dicho que ir enseñando el ombligo, con un vaso de alcohol entre sus manos, y meándose entre los coches es una forma de rememorar sus tradiciones?
¿Quién les ha dicho a algunos –o a muchos- politicastros cerriles, o a sus pelotas consiliarios, que esos actos esperpénticos y burlescos que organizan son verdaderas manifestaciones de nuestras avasalladas señas de identidad?
Perdonen mi lenguaje lindante con la agresividad y cerca de la grosería, pero es que cada día estoy más harto de ver como unos y otros se burlan con descaro de la memoria de mis antepasados; de aquellos que con sus sacrificio le imprimieron a esta tierra una identidad propia.
Sí, cada día estoy más harto de contrastar la ignorancia -interesada para algunos- plasmada en lo que, con sacrílega desvergüenza, le llaman romerías.
Desvergüenza por no saber que estas "ronerías", que como las malas hierbas se están extendiendo por nuestras islas, son unos inventos recientes, porque ni a nuestros abuelos jamás se le hubieran ocurrido utilizar su ganado para estos "divertimentos", ni el trazado de la mayoría nuestros mal llamados "caminos reales" permitían la circulación de carretas. Las antiguas romerías, "promesas", –que no eran tantas- se hacían a pie, o a lomo de las bestias. Como ejemplo, en este momento me viene a la memoria cómo, entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, los caminos que unían a Firgas con los pueblos vecinos se llenaban de gente caminando, para ir a "cumplirle la promesa" a San Roque por haberlos curado de algún "malejón".
Descaro por no saber que las pocas carretas que acudían a estos eventos iban sobrias y hermosamente engalanadas con flores y frutos del país, no con esos mamotretos que les ponen ahora, que son más dignos del fuego eterno que de otras cosa.
Pena de ver parte de una juventud que, confundida y desarraigada de sus tradiciones, es carne de cañón de interese bastardos y enemigos de las señas de identidad de este pueblo.
Rabia en ver sufrir a unos animales sudorosos y desconcertados en unas bufonadas, sin más sentido que satisfacer el ego estúpido del político de turno o el anodino divertimento de algunos de sus asistentes.
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