Los colores de la soberbia

Opinion

juanantoniosanchez2014buenaEl patriotismo y la bandera parecen haber tomado protagonismo en los debates de la mayoría de formaciones con carácter representativo de nuestra política actual; ha bastado poner un gran número de metros tras las espaldas del líder socialista para comenzar una maraña de especulaciones sobre lo que cada cual entiende como ser o "ser más" patriota. En definitiva, cuando nada tienen que mostrarnos con relación al cambio significativo de procederes con los que beneficiar a la sociedad española, pasan buena parte de su tiempo dialogando cada uno con su lenguaje sobre el significado a la postre que cada ciudadano debe profesar en su momento.

Y mientras todo esto ocurre los españoles siguen emigrando en un inagotable deseo por satisfacer sus necesidades básicas y ante la falta de perspectivas de conseguir un empleo digno; un salario que les permita formar una familia con un techo bajo el que resguardarla se convierte en un sueño con escasas posibilidades de realidad al menos en un prudencial espacio de tiempo.

No valen de nada las advertencias de organismos internacionales acerca del gran parque inmobiliario español que se encuentra vacío, incluso los cientos de miles de viviendas públicas sin habitar o las innumerables muestras ciudadanas, indignadas ante el desaforado deseo de las entidades bancarias y financieras con los levantamientos (desahucios) llevados a cabo sin remilgo ni ética alguna, sin piedad con aquellos que carecen de recursos para pagar la deuda contraída y sin atisbo de querer llegar a un acuerdo con los mismos que les permita seguir viviendo bajo un techo que consideraban suyo y que se llevó por delante el huracán bancario provocado por la crisis.

Pero el Partido Popular y su máximo dirigente miran hacia otro lado según acostumbra y quiere granjearse la simpatía perdida de los funcionarios poniéndoles delante la posibilidad de recuperar parte del poder adquisitivo perdido, para ello pone como adelanto un factible reparto económico de sus pagas extraordinarias "limpiadas" bajo la suciedad aparente de una desalmada crisis.

Así puestos a confeccionar un programa del mismo cariz que aquel mostrado al principio de su mandato, es decir, prometiendo lo que llene de esperanza a los ciudadanos y una vez llevado a buen fin su propósito para ser de nuevo elegidos en las futuras Elecciones Generales, los populares adquieren el disfraz de únicos poseedores con la llave de la recuperación económica de un país que comienza a cansarse de promesas baratas de decir e incompatibles con la decencia que requieren sus obligaciones.

Se vislumbra un rebrote de promesas con la creación de expectativas ante la posible llegada de unos Presupuestos Generales a escena y con un igualmente probable adelanto electoral promovido por la parte más dura del PP como una carta bajo la manga antes de que el brote de nuevas formaciones consiga quitarles un número mayor de votantes si antes no están atentos y tardan en conseguir redirigirlos a su vertiente mediante la promulgación de medidas afectas a las necesidades primarias de la ciudadanía.

A pesar de todo, la estructura del Gobierno y sus diferentes organismos, siguen adoptando medidas que carecen de sentido y suman desaciertos a los muchos cometidos llevando a cabo medidas insatisfactorias a las necesidades que en cada caso tocan de lleno; esté es el de la ya demasiado dañada cultura en nuestro país. Los docentes adquieren protagonismo si en las aulas el número de alumnos es menor, esa interpretación no es una reflexión a la ligera sino una certeza de que la formación llega a ser más productiva si se atiende como requieren la sociedades futuras. La mala praxis del Gobierno y por añadidura de su ministro de Educación a la hora de sacar unas oposiciones que significan apenas un 20% de la plantilla despedida en menos de tres años dan por demostrada la poca atención que los representantes de la política en el Gobierno tienen sobre cómo dar los recursos apropiados para lograr una cultura eficiente.

No obstante, no podía durar demasiado el equilibrio perseguido por el Presidente del Gobierno en la mesa del Consejo de Ministros; ya se ha comenzado a vislumbrar el falso compromiso del líder popular que, bajo un afán por destruir todo aquello que a los ciudadanos les recuerde su desalmado programa electoral que le llevó a Moncloá, deja a un lado al precursor de la sin razón de una Ley de Educación a la carta de su apetito ideologíco como José Ignacio Wert y como pasó anteriormente en el ministerio de Justicia con el Sr. Gallardón y su Ley del Aborto guardada en el cajón por ahora, pone al final de la presente legislatura en el cargo de ministro de Cultura a Iñigo Méndez de Vigo, al que si su ética personal como conocedor de la enseñanza en buena parte de países del continente europeo y de la Unión Europea por excelencia, no podrá liderar un ápice de cambio en lo ya esculpido por su antecesor por falta de tiempo en su corto mandato.

Las diferencias hasta ahora infranqueables entre las necesidades sociales y los deseos del Gobierno demandan un rápido acercamiento y si para conseguirlo, se necesita el empuje de las nuevas formaciones, pues está tan claro como evidente que debe ser prioritario acceder a algo tan necesario como los acuerdos entre partidos que sustenten una sociedad deprimida. Si uno quiere hacerlo con dos metros de tela tras sus espaldas o con una bandera más grande con el logo de su partido, qué más da, si al final la bandera de la sociedad siempre será la misma.

La única petición a la cual no pueden hacer oídos sordos ninguna formación política que persiga llegar a la meta del Gobierno por parte de la ciudadania es al respeto total de la sociedad que integran, a leyes democráticas y transparencia en los cargos y a que se sirvan de un poco de étidca moral en sus discursos a la hora de referirse a otras formaciones de las cuales no quieren saber nada. Qué cosas tiene la política, el que llega el último pretende avasallar con su dialecto fresco, frivolo, temperamental y elitista a sus más ideologicamente allegados, que pasan de compañeros a aburridos longevos sin pena ni gloria en todo cuánto hasta ahora han llevado a cabo en política. En fin, que eso de ¡Aquí estoy yo para salvar al mundo! No requiere principios ni estudio y menos aún experiencia por demostrar que la razón sólo la tiene quién osa despreciar lo opuesto.


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