Cuidar de nuestros mayores: un regalo que nos da la vida
Vivimos en la superficialidad de la juventud, de la belleza y la salud, como si fueran condiciones eternas e inmutables, pero el cuerpo se desgasta a golpe de trabajo, de placeres, de dolores, de llanto y de risa; el cuerpo de desgasta en definitiva, porque la vida y el tiempo lo consumen. El cuerpo experimenta la decadencia pero el alma, esa esencia inexplicable que en verdad somos, permanece inmutable y, si acaso, enriquecida y fortalecida a la luz de la experiencia.
Acompañar a los que amamos en su proceso, sin retorno, de decadencia se torna doloroso. Es difícil observar como esa fortaleza de ayer se convierte en fragilidad y aceptar que el movimiento así como la lucidez irán lentamente dando paso a la quietud y con el tiempo al silencio. Crea sufrimiento y mucho de rabia entender que aquellos que para nosotros son pilares y ejemplos de lucha se adormecen, en esa vuelta a aquella dependencia que abandonaron en la niñez.
Sin embargo, quiero detenerme un momento, quiero dejar a un lado todos estos juicios, quiero silenciar del todo los miedos, quiero abandonar esta idea de que vales en función de lo que puedas hacer, quiero olvidar todo lo que me hace sufrir. Con los ojos limpios miro a esa persona que está frente a mí y que ahora demanda mi ayuda, toda mi atención, mucha paciencia y todo el amor del mundo. Con los ojos del corazón veo más allá de las arrugas, de la enfermedad, de la discapacidad, de la dependencia, de la fragilidad y veo lo mismo que en mí, lo mismo que en todos: alguien que desea dar y recibir amor... en ese momento todo se desvanece y solo queda el amor que nos une.
Vuelvo a respirar en paz, yo no hay razón para la lucha y empiezo a disfrutar de cada pequeña cosa: servir de bastón al andar, ayudar en el aseo, permanecer al lado en silencio, en la escucha o en la conversación. Encuentro la inmensa alegría de poder disfrutar de estas cosas sencillas y las vivo con la intensidad de que pudiera ser la última vez. Entonces me doy cuenta de que en verdad yo no ayudo tanto como me ayudan a mí recordando las cosas que realmente son importantes en la vida.
Poder ayudar y cuidar de nuestro mayores se convierte en un regalo que aceptamos con gratitud, nos ayuda a crecer y a tener presentes la fragilidad de este cuerpo que creemos eterno. Después llegará la ausencia, con ella el difícil proceso de acostumbrarse a ese vacío, pero la satisfacción plena de haber devuelto tanto amor y sacrificio entregado por nosotros.
En homenaje a todos los que son cuidadores, a todos los que lo han sido, a todos los que lo serán, pero sobre todo a los que algún día necesitaremos esos cuidados.






























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