Entusiastas
En torno a la actividad política, también la sindical, se mueven algunas personas capaces de mantenerse todo el tiempo en el candelero. Consideran su presencia inevitable, que de ella no se puede prescindir. Nada mejor que su actuación pues conocen, ellas sabrán, todo aquello necesario para poder mover los engranajes del sistema. Se consideran indispensables; tal es, que cualquier actuación sin su presencia está abocada al fracaso. Así se sobreestiman estas personas, tiempo ha que enviaron a sus abuelas al paro.
Aunque no hay una regla fija para su comportamiento, suelen reverdecer en las cercanías de los procesos electorales – tanto en el ámbito sindical como en el político –, buscan una posición de privilegio si disminuyó la poseída en su anterior organización. Cualquier otra ocasión es válida para su ímpetu renovador de perdidas notoriedades. Se sienten, estas personas, merecedoras perpetuas de protagonismo. A ello dedican su tiempo y desvelos.
Conocedoras de las mañas, suelen ocultar sus pretensiones tras supuestas campañas de salvación. Sus ánimos y empeños son imprescindibles para poder continuar la tarea emprendida, no pueden dejarla en manos de otras personas. Se sienten obligadas a mantener la continuidad, es un último esfuerzo. Concurre en esas personas un denodado afán por resultar héroes o heroínas (¡vaya con la droga!) con esa actividad aparentemente desinteresada, al menos en lo concerniente a sus personas. No hay sino un interés en los avances de la colectividad, así se reivindican.
Este tipo de personas, entusiastas de la actividad política, procuran trasladar su entusiasmo – por lo de perpetuar la especie – a otras con similares inquietudes y desvelos. Y siempre, salvo contadas excepciones, suele encontrar un buen puñado de espíritus desinteresados capaces de incorporarse al nuevo proyecto. Eso sí, en aras al interés general. Sin duda, no es otro el motivo. En esa singular tarea se incluyen elementos disímiles, aunque mantenga un nexo común: ese denodado entusiasmo por protagonizar novedosas incursiones en la actividad política.
En los tiempos actuales, con la cercana comparecencia electoral, se acrecientan los movimientos. En el horizonte comienzan a brillar nuevos focos, capaces de iluminar los mismos rostros; con luces, en apariencia, de orígenes distintos. Esos novedosos fulgores conservan, en su más íntima convicción, fluidos eléctricos del pasado. Se trata de realizar cambios, al menos en lo formal, conservando – en su más amplio sentido – un fondo conocido. Cuestión de evitar sobresaltos al electorado.
Porque el paso del tiempo, a pesar de sus continuadas piruetas, contribuye al conocimiento de cada cual, sin proveer de sorpresas en lo acostumbrado, es importante que esas personas, tan entusiastas ellas, comiencen a darse cuenta de su papel en la farsa en la que han transformado la actividad política. Sobre todo, en lo concerniente al aspecto ideológico del asunto. Si continúa teniendo importancia tal hecho, claro. Quizá, quienes desde el patio de butacas contemplan la representación, no tengan el aguante suficiente como para atender a reiterados cambios en el argumento; sobre todo, porque comienzan a perder el entusiasmo por la representación.






























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