El fantasma de Güigüi

Quico Espino

Julio SantanaJulio Santana

 

Yo no creo en los fantasmas, aunque estos hayan formado parte del mundo de mis mayores, los cuales, según sus palabras, sentían la presencia de los espíritus de sus difuntos seres queridos en las corrientes de aire, en los revuelos de las cortinas o en los espejos, en los que veían sombras extrañas.

 

Dudé de mi convicción la primera vez que fui de pateo a la playa de Güigüí (parece ser que se dice Guguy), después de detenernos para descansar, pues fuimos por Tazartico y echamos el pulmón subiendo una montaña, desde cuya cúspide se divisan unas vistas hermosísimas, como la instantánea que encabeza este relato.

 

Ya empezaba a caer la tarde. Aún nos quedaba un buen trecho para llegar a la playa, que parecía estar más cerca de lo que estaba, y viendo que era imposible alcanzar dicha meta, ya que nos podíamos matar por aquellos barrancos y veriles, decidimos acampar por allí esa noche, en un llano de la falda de la montaña. Ya continuaríamos con el claror del día siguiente.

 

Fue después de la cena cuando ocurrió lo que les voy a contar: uno de nosotros se levantó a orinar bajo la tenue luz de la luna, una uña luminosa en el cielo oscuro.

 

-Buenas noches. ¿Está usted acampando por aquí? –oí que mi amigo le preguntaba a alguien, sin recibir respuesta.

 

-¿Con quién estás hablando? –pregunté yo a mi vez.

 

-Hay un hombre ahí, entre las tabaibas.

 

Me levanté entonces y me dirigí hacia allí y, efectivamente, había alguien moviéndose en medio de la vegetación del lugar, formada por cactus y matojos. Pero lo que vi no era un hombre sino algo con figura de hombre. Bien es cierto que había poca luz y que nos habíamos tomado unas cervezas cenando, pero el hombre que había frente a mí, desplazándose entre las tabaibas, parecía tener un cuerpo formado por… no sé cómo definirlo…, como si fueran fibras que deslumbraban la vista, hebras amarillentas que palidecían en la oscuridad.

 

-¿Está usted acampando por aquí? –inquirí, un tanto aprensivo, repitiendo la pregunta de mi amigo, el cual se había quedado con la pose congelada y daba la impresión de que seguía orinando.

 

Tampoco hubo respuesta esta vez. Y aquel ser extraño desapareció, como por ensalmo, tras un recodo de la ladera.

 

-¡Ay, mi madre! ¡Ese es el fantasma de Güigüí! ¡Vámonos pa la tienda! –dijo una de mis amigas, la cual también había presenciado la escena–. ¡Yo me pongo en el centro! –añadió, y luego, dentro de la tienda, nos contó que un extranjero se había extraviado por aquellos andurriales y, al cabo de unos días, después de ver alucinaciones, había perecido por inanición. Terminó diciendo que ahora su fantasma vagaba por los alrededores.

 

Aunque se me erizaron los pelos, no me lo terminé de creer. Seguía sugestionado por la visión que había tenido y no se me iba de la mente la figura fibrosa que desapareció ante mí por arte de magia. Le estuve dando vueltas a la cabeza, pensando que podría haber sido una persona vestida de amarillo, o algo por el estilo, y que, por el efecto del pisco de luna que lucía en el cielo, yo había tenido aquella rara sensación.

 

Entonces, oyendo ya los ronquidos de mis acompañantes, tuve una idea: cogí un paquete de galletas y un bote de leche, los metí en una bolsa de plástico y la dejé fuera de la tienda.

 

¡Bonito fantasma éste!, me dije, a la mañana siguiente, al comprobar que la bolsa había desaparecido.

 

Más tarde, relajados, nos bañamos en un charco que la lluvia reciente había formado

 

[Img #3786]

 

…y luego seguimos nuestro rumbo, no sin dejar de admirar la belleza del entorno, aquellos hermosos paisajes con montañas expresivas, espléndidos valles de rocas macizas y palmeras arañando el cielo,

 

[Img #3787]

 

….hasta que llegamos a la playa:

 

[Img #3788]

 

Una vez allí, después de un baño reparador, pensé que, cuando haya desaparecido, no me importaría, aunque no lo crea, que mi fantasma vagara por un paraíso como aquel, con el Teide altivo cual testigo que mira desde lo alto del horizonte.

 

Texto: Quico Espino

Imágenes: Julio Santana e Ignacio A. Roque Lugo

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