—Dicen que en un día como hoy, día de San Miguel, el diablo vaga suelto durante un par de horas.
—¡Bah, tontadas!. ¿Cómo puedes creer en esas cosas?. Vamos, Max, que ya refresca y ya te has olido todos los cipreses del jardín.
—Si, no te separes de tu perrito que él te protegerá del diablo. ¡Buenas noches!
En el dormitorio, bajo la cama de Dorothy, duerme Max. Atiende cada movimiento de su ama. Cuida de ella y de su mano cuando, en pleno sueño, Dorothy la deja caer por un costado del lecho recibiendo ligeros toques de la negra y fría nariz en sus dedos tibios; con el claro propósito de obtener, de su ama, una caricia tras las orejas. En la oscuridad de sus sueños, Dorothy, desmaya suavemente su brazo a escasos centímetros del suelo. Siente, como cada noche, el roce frío y húmedo repleto de pequeños gránulos que pueblan la nariz de su mascota. Extiende el tacto buscando entre el pelaje —ahora inexistente de Max— la oreja. Siente que la sensación fría, húmeda y granulosa de la nariz de su cánido amigo se prolonga por todo el cuerpo, dando entonces un respingo.
—¿Max?
Teresa Vera





























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