Se alejó la tormenta, pasando sobre la mar atlántica, y llegó la hora de recorrer los parajes isleños, para emocionar la vista, con los frutos de la lluvia caída.
Con el sol calentado la tarde, partimos desde el Charco aldeano, abriendo el corazón a la plenitud de la naturaleza.
En el barranco se nos contagia la alegría infantil por chapotear por primera vez en los abundantes charcos que permanecen aún, como si la tierra quisiera abonarse con la inocencia de la niñez.
Nos brinda este final de septiembre tan mojado por Hermine, una hermosa paleta de colores, en lo que prima el azul intenso del cielo, y el verdor de la vegetación.
El silencio solo roto por el correr del agua se manifiesta, inmenso, Pino Gordo, agreste, salvaje, exultante de hermosura.
Después de la tormenta llega la calma. Una calma que bendice los rincones de la isla.
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