El ajo forma parte de ese amplio grupo de alimentos al que se le viene atribuyendo propiedades saludables desde hace cientos de años.
De hecho, hay abundantes referencias históricas que muestran que el ajo ya se consumía en la Antigüedad por sus supuestas propiedades terapéuticas.
España es el país europeo que más y mejor ha introducido el ajo en su recetario y no se entendería la gastronomía española sin su aroma. Y fueron los súbditos españoles los que introdujeron el ajo en América.
Pero el ajo llegó de Asia Central y entró en el Mediterráneo desde los puertos de Egipto.
Los supuestos beneficios del ajo van desde la prevención de infecciones, catarros y enfermedades cardiovasculares hasta la prevención del cáncer.
El ajo pertenece al género de plantas Allium (cebolla, ajo, puerro y cebollas tiernas, entre otras), que se caracterizan por un alto contenido en compuestos organosulfurados y antioxidantes, además de vitaminas, aminoácidos, fructooligasacáridos y otros micronutrientes.
Los mensajes que vinculan el consumo de determinados alimentos y sustancias con la reducción del riesgo de cáncer “es fuente de confusión” para mucha gente, y de la que se han aprovechado otro tanto.
Lo cierto es que esta relación ha sido ampliamente estudiada a través de investigaciones científicas que han agrupado multitud de estudios.
Pero las pruebas científicas disponibles no permiten aclarar la cuestión con un mínimo grado de certeza. Los resultados de las investigaciones, en su gran mayoría derivados de estudios observacionales, no aportan información precisa y de confianza para dilucidar si el consumo habitual de ajo puede o no reducir el riesgo de cáncer.
Faltan estudios apropiados, de tipo clínico y bien diseñados para poder establecer una relación causa-efecto y no de tipo correlacional como en los estudios observacionales.
Lo que sí está claro es que el riesgo de padecer cáncer se debe a múltiples factores, que pueden ser genéticos, medioambientales o de estilo de vida. Sin embargo, es posible determinar que algunos hábitos no ayudan a prevenir la enfermedad como el tabaquismo, la falta de actividad física o el sobrepeso. Y que seguir una dieta de forma global sana y equilibrada puede ayudar a disminuir el riesgo de cáncer, ya que no existen “alimentos milagro”.
Dicho esto, los organosulfurados que contienen el ajo a los que se les atribuyen diferentes propiedades saludables (sobre todo en su estado crudo ya que, durante la cocción, se destruye la alicina, la sustancia activa que nos beneficia), aunque no milagrosas, por lo que debemos seguir disfrutando de este magnífico alimento y de su inconfundible sabor.
Pedro J. Martín Pérez
Médico de Familia y Comunitaria
Experto Universitario en Nutrición Clínica y Salud Nutricional
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