Con la verdad por delante
Recuerdo muy bien aquel asadero en Guayadeque, porque, estando en pleno tenderete, se acercó hasta nosotros uno de esos perros abandonados. El pobre animal no era más que piel y huesos.
Rápidamente, algunos llamaron a la autoridad competente, otros nos dispusimos a ponerle agua y comida.
Se acercó sigiloso a la carne asada. La miraba con ojos desconfiados; luego nos miraba a nosotros. Repitió el gesto varias veces. De pronto alguien del grupo gritó: El perro está como diciendo: ¿de cuándo a dónde chuletas pa mí?
Pues resulta que, con el tiempo, estoy padeciendo esa misma desconfianza por los “sinceros modernos”: políticos, tertulianos, oradores de redes sociales, hasta el tipo de la esquina al que no conozco más que de buenos días, qué tal, que se empeñan en enarbolar la bandera de la sinceridad. Qué manía.
Teniendo en cuenta que a veces no sé distinguir entre sinceridad e hipocresía, me atrevo a decir que desde el preciso momento en el que pronuncian la famosa frase “te voy a ser sincero “, ya me están mintiendo.
Y, claro, como mi amigo perruno del barranco de Guayadeque, desconfío completamente.
Quiero decir, por otra parte, que no necesito la sinceridad de nadie. Me conformo simplemente con que me digan la verdad.
Miguel Rodriguez Romero

































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