Huellas

Cuando paseo por la arena de la playa, allí donde muertas llegan las olas, observo las huellas que voy dejando junto a las de otros paseantes y cómo ese ir y venir de las olas las van borrando. Me hace pensar en la expresión “dejar huella” que encierra un sinfín de significados, como las de aquellas personas anónimas que las dejaron en las construcciones de pirámides, castillos, catedrales, hasta los grandes músicos, pintores, escultores con nombre y apellidos, que dejaron su arte para la posteridad. Dejaron su huella.

Leí no sé dónde sobre los homo sapiens de hace miles de años que, un día, supuestamente, fueron de cacería y dejaron sus huellas impresas en las cenizas al pasar por la zona de un volcán reciente, o sobre aquella familia de apenas cuatro miembros que se acercaron al lecho de un río, quizá para pescar o beber, hundiendo sus pies en el limo de la orilla.

Estos sí que dejaron impresas, literalmente, sus huellas, que, a pesar del tiempo transcurrido, perduran fosilizadas, como también las dejaron en nosotros, en forma de impronta genética, persistiendo en generaciones sucesivas a lo largo de los tiempos hasta llegar a los hombres y mujeres de hoy en día.

Continúo paseando por la orilla de la playa y sigo viendo cómo el mar va borrando mis huellas. Miro el horizonte donde el sol va desapareciendo, dejando un rastro cautivador en colores, y pienso que no muere, que es solo la fanfarria por su mutis, sin dejar huella porque mañana vuelve a aparecer con todo su esplendor.

Pero yo no dejaré huella. ¿O sí? Pienso en mis hijos y nietos que llevan la mía, y vuelvo a pensar, por asociación de ideas, en aquellos primeros humanos y su herencia.

Texto e ilustración: Juana Moreno Molina