Soneto por encargo
También podría titular este artículo Soneto celestinesco, casamentero o incluso “bergerácico”, adjetivo éste que me acabo de inventar.
Voy a aclararles el porqué de todo esto.
Resulta que, hace poco, un joven amigo mío, que bien podría ser mi nieto, me contó que se había enamorado perdidamente (ese fue el adverbio que utilizó) de una moza que gustaba de mariposear y que a él lo quería sólo como amigo. No obstante, le dijo ella, un tanto caprichosa desde mi punto de vista, “a lo mejor me lo pienso si me escribes un soneto que me encante, porque a mí me chiflan los sonetos”.
Y es ahí donde entro yo, pues, ni corto ni perezoso, el enamorado me pidió encarecidamente por teléfono que escribiera un soneto romántico (también fueron estas dos sus palabras), cuya autoría se iba a adjudicar, para ver si podía conquistarla.
Repitió varias veces ¡por favor!, y yo no supe negarme.
Me sentí un poco como Cyrano de Bergerac cuando me puse a escribir el poema solicitado. Me lo tomé como un juego divertido y no consideré que por ello pudiera producirse ningún contratiempo.
Me pasé unas buenas horas escribiendo el soneto, entretenido, procurando ser lo más sencillo posible, ceñirme a la historia que mi amigo me había contado, sin excederme en el romanticismo, y atento a la métrica, a la rima y al ritmo interno de la composición.
Me satisfizo el resultado. Yo no soy buen crítico pero me pareció que el poema quedó correcto y que podría verse como un cumplido que el joven aspirante le dedicaba a la pretendida:
Tengo tanta ternura para darte
que me duele saber que no me quieres.
Tú lo sabes y sin querer me hieres
porque quieres con mi amistad saciarte.
Este amor es de mi alma el estandarte
que me empuja detrás de tus quereres.
Tú te alejas porque buscar prefieres
otros ojos que anhelen contemplarte.
Yo quisiera quererte un poco menos
apartarte un pellizco de mi mente
pero evoco tus ojos tan serenos
esa boca carnosa tan ardiente
y me apena pensar que son ajenos
los besos que dedicas a otra gente.
Le mandé el poema a mi amigo por whatsapp, y él, sobre la marcha, lo escribió en su ordenador, le puso un título: Soneto para conquistarte, y se lo llevó impreso a su pretendida.
Todo eso me dijo, también por teléfono, no sin antes contarme que ella se había quedado prendada, que lo besó y abrazó efusivamente, mientras le decía que estaba loca por él, y que más loca estaría si él seguía dedicándole sonetos tan bonitos como aquel.
¡Mi madre! ¡Qué muchacha tan extravagante!, pensé yo, contento por mi joven amigo, pero no le di más vueltas al asunto. Y ya andaba metido en otra cosa cuando volvió a sonar el teléfono.
-¡Hola! Soy la chica a la que usted le ha escrito un soneto. ¡Vaya un atrevimiento el suyo!
Me quedé de una pieza, mudo, mientras ella alegaba que había cogido a mi amigo en un renuncio cuando le preguntó por la rima interna del poema y él se había quedado colorado, sin saber qué responder; entonces, presionado por ella, él le había confesado quien era el autor.
¡Qué poca vergüenza!
Fue entonces cuando salté:
-Perdona, oye. Poca vergüenza la tuya, mi niña. Agradecida deberías estar de que haya un joven que suspira por ti y te hace el gusto de regalarte algo que tanto te gusta, y de que yo, para ayudar a ese joven que te quiere tanto, y que es amigo mío, haya escrito un soneto para ti. De mal agradecidos está el infierno lleno, coño –le contesté y, bastante molesto, colgué el aparato.
Me quedé rumiando durante un largo rato la historia en la que me había embarcado, que quién me mandaría a mí a meterme en camisas de once varas.
Casi una hora después sonó de nuevo el teléfono. Era ella, la joven que antes me había insultado.
Esta vez se presentó educadamente, me pidió perdón, reconoció que se había pasado dos pueblos, dijo después que estaba muy agradecida y terminó manifestando que le había gustado mucho el soneto.
-Gracias. Espero que te vaya todo bien –le dije al despedirme. Escuché entonces el ¡tin! del whatsapp: Un mensaje del enamorado. Me daba las gracias y me decía que había quedado con la chica para cenar, y que ella le había dicho que iba a ser una cena romántica.
-Pues qué bien, mi niño. Me alegro por ti –contesté, notando que se me dibujaba una sonrisa en la cara. Y entonces me sentí un poco celestino.
Me gustó mucho la experiencia. No me importaría repetirla.
Quico Espino
































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32