Tres palabras
Según Buda, no debemos creer nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. Hay que creerlo después de someterlo al dictamen de la razón y a la voz de la conciencia.
Intento desarrollar este pensamiento budista y me lío de tal manera que no encuentro la salida del laberinto. Al final me quedo con las tres palabras que lo definen: creencia, razón y conciencia.
Horror siento por la primera sólo de pensar que por ella, y por no sé qué de un paraíso, convierten a niños y niñas en soldados para matar o morir matando; y qué decir de otras, que, bajo el paraguas del amor, humillan, abusan y violentan a niñas y niños, destruyendo por completo su inocencia.
Luego me encuentro con la razón, la misma que desaparece en un pique de barra de bar, que acaba a puñaladas en cualquier callejón inmundo, o en rivalidades mal entendidas que nos llevan a quedar por las redes en un parque cercano para darnos palos hasta que no gane nadie.
Y por último, la conciencia, esa que acallamos cuando vemos a alguien durmiendo entre cartones y le miramos con desprecio, o la de hombres que matan a sus parejas, dejando detrás otra vez a niños y niñas, pobrecillos, que, si consiguen sobrevivir a la barbarie, llevarán siempre una carga profunda de odio y rencor hacia una sociedad que no supo o no pudo escuchar a su conciencia y actuar en consecuencia.
Al final son los niños, ellos y ellas, el más grande tesoro que poseemos para construir el futuro, quienes pagan la cuenta de nuestra sinrazón, inconsciencia y fanática creencia.
Miguel Rodríguez Romero































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