Psicología del personaje literario. Reflexión “kiriku y la bruja”

Opinion

carolinaperezÉrase que se era un pueblo en el origen de los continentes, un lugar poblado únicamente por mujeres y niños, y un hombre, pero éste ya era anciano y sabio.

Esta gran obra que nos convoca, basada en un cuento popular africano, parte de este escenario sin hombres. Sin embargo, el personaje principal será Kiriku, un niño, un varón que habrá de emprender todo un viaje, el viaje del héroe, para salvar a su tribu de un encantamiento.

Es un pueblo sin agua, no corren las emociones de manera sana por sus calles, todo es miedo y desolación. De hecho el anciano sabio ya no baja al pueblo, pues la sabiduría está encerrada en la montaña.

Esta obra nos habla con el lenguaje de los símbolos y nos presenta, en modo de cuento, la crueldad de las violaciones y de la desmedida autoridad patriarcal, pero lo maravilloso es que lo hace a través de lo sagrado masculino puesto que es un niño varón quien emprende el viaje hacia el mal.

El mal es la bruja Karabá, que ha cosificado a todos los hombres de la tribu en venganza por el terrible dolor que la sociedad le ha ocasionado. Karabá está hechizada por este dolor que ha transformado en sufrimiento y sólo Kirikú, el niño varón conseguirá desencantarla, al extraer la espina que unos hombres han clavado en ella.

Kirikú, el niño héroe, es nuestro niño interior, el que pregunta y habla al corazón del otro, usando el lenguaje como contrahechizo, y antes de combatir con la bruja prefiere hablar y escuchar.

Kirikú desencanta a Karabá y Karabá desencanta a Kirikú de su imagen de niño bebé, lo hace un hombre. Ambos se enamoran y tiene lugar el matrimonio cósmico de los cuentos populares.

Finalmente regresan a casa, al poblado, entre cánticos de esperanza, pues partió un niño fragmentado y regresó un hombre entero, un ser que logró unir el ánimus y el ánima que había en él. Así vuelve la sabiduría, el anciano sabio puede salir nuevamente de su cueva al poblado.

Y así deberían acabar todos las historias, todas las vidas, como los cuentos, con pan y pimiento.

Carolina Pérez


 


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