Cuando la gula no es pecado capital
Ocurre en estas fechas, tan señaladas sobre todo porque nos atiborramos a comer en las cenas de Noche Buena y fin de año.
En el menú, los consabidos langostinos, el salmón ahumado con salsa de eneldo, las papas sancochadas calentitas, las patas de jamón y la de cerdo al horno…
Menos mal que no tenemos que pagar bula papal para poder comer carne, porque si no saldría por un ojo de la cara.
La templanza brilla por su ausencia pero nadie siente que está cometiendo un pecado, y menos aún capital, mientras degustan tan ricas viandas, aderezadas por vino o champán. Así me las den todas.
Tampoco la envidia, la ira, la lujuria y la pereza me resultan tan capitales. Hay envidia sana, según vox populi, y yo mismo creo haberla sentido en variadas ocasiones. Cuando alguien me invita a alguna actividad agradable a la que no puedo acudir, por hache o por be, pues me da cierta envidia pensar en lo bien que se lo van a pasar y lo a gusto que yo estaría con ellos. Es una envidia sana.
Pero, sin duda alguna, la envidia que corroe más vale no sentirla. Que la caridad sea la virtud teologal contraria a la envidia me resulta un tanto raro. No acabo de ver la relación.
No obstante siempre es mejor ser caritativo que envidioso.
Con la ira también soy un poco clemente. Uno se puede coger una rabieta por una decepción, un chasco cualquiera, y pegar tres gritos airados, incluso descolgando santos, y entrar en un estado iracundo en el que la razón poco o nada puede hacer. Hay que tener entonces la suficiente paciencia para calmarse y aceptar la realidad, sea o no del gusto de uno.
A la lujuria, sin malas connotaciones, de esas que pueden ser repulsivas, le tengo especial afecto y, al igual que con la gula, no me importa de vez en cuando un empacho. Y por supuesto a la virtud teologal opuesta a la lujuria le digo: vade retro, castidad.
Ser perezoso, sin rozar la apatía, de vez en cuando no está mal, creo yo. Es un poco como el arte de non fare niente, tirado a gusto pensando en las musarañas, con cara de estar en otro mundo. En Babia, que es un pueblo de Zaragoza.
Me hace gracia que sea diligencia el opuesto a pereza, pues me recuerda a los carruajes del oeste, los que llevan un vagón con pasajeros, a los que atacan los indios o los forajidos.
La soberbia y la avaricia son, para mí, los verdaderos pecados capitales, ambos detestables. Las personas soberbias, prepotentes y engreídas, esas que no saben lo que es la humildad, no entran en mi lista de gente respetable.
Tampoco las personas avariciosas, que deberían seguir los pasos de un personaje muy navideño como es Mister Scrooge, creado por Charles Dickens. Un banquero que empezó a ser feliz cuando supo lo que era la generosidad.
En fin, volviendo al principio, que estamos en las fechas que estamos, yo voy a pecar de gula también la noche de fin de año. Y después, con el humillo del champán bullendo en mi cerebro, cogeré la guitarra y me pondré a cantar con mi gente.
Quico Espino.
































Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.32