Un mundo vivo
Vivas suenan las olas que acarician o baten los riscos y la arena de la playa. Avivan cuerpo y alma con su contacto, arrullan en la noche, transportan a quienes duermen a un sueño de mar en calma, a navegar tranquilos por el ancho mar.
Vivo está el cielo, esa bóveda infinita en la que todos giramos de manera misteriosa, o milagrosa, donde moran las estrellas, nuestro sol entre ellas, sin el cual nunca habríamos visto la luz.
Vivas las montañas con sugerentes perfiles, y las llamas de un volcán, y la luz, que inflama las nubes de esponja anaranjada con ribetes amarillos y que se enciende en el horizonte para insuflarle energía y color.
Vivas las flores del campo en la casi eterna primavera de nuestras medianías, que no necesitan sino tres gotas de agua de lluvia para florecer.
Vivas las ovejas que pastan por esos campos…
y que con sus balidos y sus cencerros ponen música bucólica al espacio.
Vivos todos los elementos que nos permiten vivir y que rigen nuestra existencia. Libres, sin ataduras que los pueda contener. Así quiero estar siempre: vivo y libre como las olas del mar. Y coleando.




































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