Pesaban muy poco pero aplastaban sueños; sus zapatos eran ligeros, pero esos sueños de hijo amoroso cambiaban por momentos.
Atravesó la puerta sintiendo alientos tibios, atrás el añil del cielo. Traspasó una sala con televisión, familiares vociferando, niños aburridos...
Salió del ascensor, sin poder recular. Veía crespusculares habitaciones, figuras adormiladas, sigilos. La puerta de la 304, cerrada, gemía música clásica. Allí estaba, bailando lentamente, desnudos los pies, delgada, vieja, cubierta con una sabanilla, sonriendo con los pómulos engañosamente coloreados.
Deseaba estar guapa... En el bolsillo muchos comprimidos, suficientes. Los colocó sobre la cama.
Embelesado, apenas la rozó y abandonó la habitación en silencio, como ella deseó.




























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