Felinos VIP

Opinion

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O tal vez sería mejor decir Felinos VIA (very important animal y no very important person), pero de todos modos queda claro que los gatos que vivían en el puerto de Sardina hasta hace cosa de dos años llevaban una vida regalada.

A mí me encantaba verlos tan a gusto, relajados, con la barriguita llena y muy sociables. No sólo no se inmutaban ante mi presencia, ni la de nadie, sino que te miraban con cierta indolencia y se limitaban a emitir un mimoso maullido.

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-No les falta de nada –me dijo un pescador al verme observándolos–. Estos mininos viven aquí como reyes. Nosotros les damos pescado a diario, y si no hay mucho les damos pienso de pescado; además tienen casa, que son las barcas, y viven al lado del mar, arrullados por las olas. ¿Qué más se puede pedir?

Y tanto, respondí, admirando el porte de uno de ellos que, como Juan por su casa, paseaba a sus anchas por el malecón tal si fuera su feudo, …

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… una inmensa terraza desde la que se veía el Farallón, Tamadaba y Amagro, y hasta el Teide si se subía a las barcas de la orilla.

En ese momento se oyeron las voces de dos mujeres que se acercaban al puerto. Hablaban alto. Se escuchaba perfectamente lo que decían:

-Los gatos representan la espiritualidad para los tibetanos. Son seres iluminados que transmiten calma y armonía.

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-Tienes razón. En Tailandia existe una leyenda que dice que cuando una persona muere después de alcanzar los niveles más altos de espiritualidad, su alma se une plácidamente al cuerpo de un gato.

-Es verdad. Y por eso ponen uno vivo dentro de la cripta de la persona fallecida.

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Iban ataviadas con chándal y botines deportivos y llevaban rato hablando sobre el budismo, que les parecía más una filosofía que una religión.

De pronto, entrando en el muelle de las barcas de los pescadores, las dos amigas enmudecieron y se pararon en seco.

Sin dar crédito a lo que veían, pensando que se trataba de una especie de espejismo relacionado con el tema del que venían hablando, sacudieron la cabeza y cerraron los ojos. Al abrirlos se dieron cuenta de que no estaban alucinando: había gatos por doquier, todos en calma, reposados, la mayoría dormitando, como si estuvieran en un trance meditativo.

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Admiradas, alegando que aquello no era una mera casualidad, sino que, nunca mejor dicho, había gato encerrado, las mujeres vieron interrumpida su conversación por la voz del pescador, el cual les dijo lo mismo que me había dicho a mí, con un añadido:

-Estos animalitos están en la gloria.

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Entonces, las dos amigas, sonrientes, asintiendo, miraron al pescador y una dijo lo que la otra corroboró con gestos:

-Está usted en lo cierto, caballero. Si me muriera hoy, no me importaría nada reencarnarme en uno de estos gatos.

-Pues a mí no me hace maldita la gracia eso de convertirme en un gato si me muriera hoy, la verdad. Aunque esté viviendo en el palacio de un marajá. Pero para gustos se hicieron colores –me dijo el pescador, una vez que las dos señoras se habían alejado.

Yo lo miré y le dije que a mí tampoco me gustaba la idea, cuando, de pronto, escuchamos el maullido de un gatito rubio que descansaba junto a su madre, o su padre, y que nos miró fíjamente.

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Y entonces, el pescador, risueño y haciéndome soltar una carcajada, sentenció:

-A lo mejor te va a parecer una locura, pero ese pequeñín, que se cree que es el príncipe de los gatos, nos está mandando a callar para seguir durmiendo con el arrullo de las olas.

Texto y fotos: Quico Espino


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