La tradición de Riego
El destacamento lo formaban casi veinte mil hombres a punto de poner rumbo a América. Debían reprimir el impulso independentista que se había despertado contra el imperio español. Pero el teniente coronel Rafael del Riego decidió que no, que él y su tropa no se embarcarían, pues su misión prioritaria no era esa sino conspirar junto a otros liberales para abolir el absolutismo y reinstaurar en España la Constitución.
No sabía el militar que con su pronunciamiento, del que se cumplen doscientos años, inauguraba una peculiar tradición en la historia contemporánea de España. Desconocía que el discurso pronunciado para enardecer los ánimos de su destacamento, al que incitaba abiertamente a sumarse a la rebelión, justificaría después el ímpetu de ciertos generales por intervenir militarmente en la vida política española.
No podía imaginar Rafael del Riego que a partir de las guerras carlistas, el protagonismo de los militares sería incontestable. Que personajes tan trascendentales en la historia de España como Espartero, Narváez, O’Donnell, Serrano, Prim o Martínez Campos, seguirían a lo largo del siglo XIX el camino de intervencionismo político que él, el primer día de 1820, trazó.
Tampoco podría saber que durante el siglo veinte la injerencia militar en la política interna de su país continuaría con las férreas y prolongadas dictaduras de los generales Miguel Primo de Rivera, primero, y de Francisco Franco, después.
Desconocía Riego, mientras se rebelaba en Las Cabezas de San Juan, que más de ciento cincuenta años después, y recuperada la senda constitucionalista y democrática, un golpe de estado ejecutado un veintitrés de febrero por militares, fracasaría. Y que muchos compatriotas suyos pensarían que esa derrota marcial sería el punto final del acendrado hábito militar de intervenir en la escena política. España, la patria de Riego, tambaleada por una sublevación inesperada, derrotaba, al fin, una rebelión militar.
Sin embargo, ignoraba Riego que, mientras se conmemoraba el bicentenario de su levantamiento, un grupo de militares retirados manifestaba el deseo de eliminar a veintiséis millones de españoles que, según ellos, inconscientes y manipulados, ponían en peligro la unidad de España.
Desconocía Riego que, doscientos años después de su sublevación, unos militares volverían a creer que solo ellos, gracias a esa tradición que les faculta y ampara, podían decidir no solo quién debe gobernar este país, sino quién debe vivir y quién debe morir.
Nunca pudo imaginar Rafael del Riego y Flórez que a pesar de su éxito inicial, sería traicionado y abandonado. Y menos aún que el 7 de noviembre de 1823 moriría ahorcado entre los insultos de un público que años antes había celebrado su rebelión. Y su pronunciamiento.































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