El parque, en la mañana detenida, señala, por las sombras proyectadas, que aún no son las nueve.
En el comienzo del ajetreo, el parque descansa y se prepara para las próximas visitas: turistas y, luego, la algarabía infantil que, de vez en cuando, se atrinchera en el lugar; si bien el lugar preferido es el otro parque, el grande, el que invita a correr y a saltar. Este, más pequeño, tiempo ha fue el de las parejas que buscaban solitarios lugares, en una España de charanga y pandereta donde la moral sexual era lo primero. Pero como los tiempos han cambiado una barbaridad, este Parque de la Paz que muestra la imagen atesora rincones sugerentes y conversaciones picantes.
Y, también, todo hay que decirlo, miradas reprimidas.































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