Tim Gautreaux: poder seguir respirando
Desconocemos el lugar preciso donde la sencillez expresiva habita. Y los caminos para alcanzarla. No sabemos por qué unas lecturas nos atrapan y otras nos dejan indiferentes. Ni tampoco por qué la naturalidad y llaneza en la expresión se consigue de diversas y variadas maneras. Si la última novela de Leonardo Padura nos pareció el colmo de la expresión directa; ahora, con Tim Gautreaux, norteamericano él, de Louisiana, hemos descubierto otro sendero por el que andar sin adornos ni vericuetos verbales más allá del deseo de ir al grano al disponer de un relato verosímil. Su novela, El paso siguiente en el baile, (Editorial La Huerta Grande, Madrid, 2020, segunda edición), es una muestra clara de lo que decimos.
En cuanto superamos las primeras páginas, en la novela que hoy nos ocupa, los personajes resultan atractivos en su imperfección como seres humanos inventados.
¿Debe ser que la característica de algunos escritores es inherente a la sencillez? ¿Es acaso el estilo personal una especie de don que no nos deja apartar la mirada de las palabras? ¿O es que las palabras tienen vida propia y surgen espontáneamente? No sabría responder a ninguna de estas cuestiones. Me imagino que en el fondo hay una gran capacidad, y cantidad, de trabajo. Solo sé que leyendo a ambos escritores me he quedado prendado de las historias contadas, y vividas, que, por otra parte, dicho así, ni originales, en principio, parecen. Nos cuentan acontecimientos cotidianos y cercanos; igual ahí está el secreto: una novela habla de un grupo de cubanos en un tiempo determinado y la otra, del devenir de una pareja en Tiger Island, Texas.
En cuanto superamos las primeras páginas, en la novela que hoy nos ocupa, los personajes resultan atractivos en su imperfección como seres humanos inventados. En una palabra: no hay grandes complicaciones, aparentemente, ni protagonistas fuera de serie, ni superhombres ni supermujeres. Eso sí: hay hombres-hombres y mujeres-mujeres en una realidad casi completa. Y este Tim Gautreaux, al que desconocía por completo, como a tantos otros, me ha sorprendido gratamente. La relación de Colette y Paul, personajes centrales de la novela, atraviesa momentos difíciles, y ese recurso es tan universal que quizás por eso mismo la lectura nos resulta, cuando menos, llamativa. La novela transcurre a pie de calle, donde Colette trata de encontrar su lugar, con el deseo de ubicarse definitivamente, y él, Paul, más limitado en cuanto a expectativas, se siente muy contento con lo que es y con lo que tiene.
La narración se desarrolla en el profundo Texas y no hablamos de “costumbrismo norteamericano” porque suena lejos, muy lejos, y porque la metrópoli es la que manda.
Y, en ese choque, descubrimos pueblos profundos y estrechos de Texas y ciudades enormes como Los Ángeles, sin la visión dulcificada y maravillosa de las películas. Y la separación de los protagonistas y su posterior reencuentro para seguir separados se suceden en capítulos vertiginosos, donde los saltos hacia atrás en el tiempo son tan suaves y precisos que, cuando no se verifican, los echamos de menos: deseamos profundizar en el relato. Pero no se crean que nos referimos a un defecto de Tim Gautreaux, ¡para nada! Es un procedimiento intencionado y provocador, en el buen sentido del término. Y, así, avanza la historia, donde los pasos descritos en los distintos bailes casi representan una partitura abierta que suena y se proyecta en nuestra imaginación. Y este deseo de contar los detalles del baile es el mismo que utiliza el escritor para comentar/definir el trabajo de Paul: un joven que disfruta de la vida arreglando y cambiando tornillos de diferentes aparatos y máquinas, donde nada se le resiste. Bueno, sí: no está atento a su vida en pareja. O sea, espabilado en un sentido y ciego, en otro.
Y avanzamos en la lectura para “poder seguir respirando”.
La narración se desarrolla en el profundo Texas y no hablamos de “costumbrismo norteamericano” porque suena lejos, muy lejos, y porque la metrópoli es la que manda. La capacidad narrativa de Gautreaux es tan certera que nos adentramos en la vida de los protagonistas a medida que su existencia se endurece y se complica. Y hay momentos en que no podemos apartar la mirada de las palabras porque estamos tan agobiados con lo que viven los personajes que seguimos leyendo para poder salir de una caldera, por ejemplo, donde encerrados estamos, o de las profundidades de un lago negro del que deseamos, desesperadamente, alcanzar la superficie. Y avanzamos en la lectura para “poder seguir respirando”. Queremos decir que la habilidad y maestría de relatar de Gautreaux la lleva implícita; al menos esta novela nos parece un ejemplo en ese sentido. Sin embargo, no se encontrarán ustedes con figuras alegóricas que hablen de intelectualidad desmedida y de distancia social, ¡para nada! Las palabras empleadas son las adecuadas y, gracias a ellas, los protagonistas, que, en principio, se mostraban con torpezas mentales y pensamientos disminuidos, van creciendo exponencialmente y la realidad que se les pone delante acentúa el carácter de los mismos, que se hace fuerte en sus vidas, y en nosotros, ávidos lectores, nace una especie de complicidad con la que progresivamente nos vamos identificando. La parte central de la trama, donde se narra y se describe magistralmente, transcurre desde lo local y, por eso mismo, trasciende a lo universal. Creemos que partir de la cercanía y de la cotidianidad es un buen camino para enlazar mejor con el lector. Luego, cada uno pondrá las cosas en su verdadero sitio y, si se centra en lo que hay que mirar (a saber: el paisaje, los que rodean a los protagonistas, las palabras no dichas y las distintas inteligencias emocionales) la novela adquirirá una visión diferente, quizás más profunda, quizás más interesante, quizás más soportable. Aquí estamos ante la sordidez, por momentos, de un paisaje contaminado, en parte, de unos comportamientos asalvajados y de una interpretación de la realidad tan individual que, precisamente por esa circunstancia, estos personajes, tan distintos a otros, imprescindibles se nos presentan mientras la historia continúa viva en las manos que el libro sostienen.
El escenario principal de la acción, Tiger Island, que para Colette “había empezado a parecerle un estanque pequeño y turbio” (pág. 12), aviso de lo que después sería, se describe de manera real y acorde con la situación de los personajes: si sus vidas han ido a peor, el espacio que les rodea, igual: en franca disminución donde la fealdad es lo único que crece. Si la realidad anda mal, todo puede ir a peor; sin embargo, siempre hay una mínima posibilidad de subsistir y a ella se agarran los protagonistas. “El tráfico había bajado tanto en Tiger Island que los dos semáforos de River Street los habían cambiado a señal intermitente continua de precaución” (pág. 203); expresión que habla de la recurrente y perseverante degradación del lugar, donde la economía iba desapareciendo tras las antiguas empresas petrolíferas cerradas y los numerosos carteles de “se vende”, en paralelo al crecimiento de las nutrias que acentúan su presencia en el lago. Eso es: intermitencia constante. Además, a los protagonistas no les queda otra que “reinventarse” pues sus circunstancias, y todo su entorno, han ido transformándose y, poco a poco, se van adaptando a la nueva situación. ¿Les suena? Aquí no se trata de una pandemia, en sentido estricto, sino de un desastre económico que obliga a replantearse el futuro más cercano, con el deseo de llegar a una situación anterior que fue normal, y que, ahora, casi ha pasado a convertirse en extraordinaria al recordarla. Es decir: el futuro, nuevo, desde luego, es para lograr alcanzar el nivel del pasado. No sé si es una paradoja o me dejo llevar por “esta nueva normalidad” en la que vivimos. Mejor que no me hagan mucho caso; más que nada por salud mental. La de ustedes, claro.
Los protagonistas, Colette y Paul, van creciendo y evolucionando a medida que las páginas devoramos. Ya lo hemos dicho. Y eso está muy bien: así tenemos la sensación de que son de carne y hueso. Y, sobre todo, conscientes de sus limitaciones, dan pasos muy significativos para dejar atrás el maldito orgullo. No hay nada como afrontar la realidad y, a partir de ella, tomar decisiones que ni siquiera imaginaban. Es tanta la influencia que ejercen entre sí, que ella, Colette, a veces, actúa y piensa como él, y viceversa. Ese cruce de caracteres hasta resulta entrañable. Otrosí, este escritor nos trata con respeto y eso es de agradecer. No cierra todas las situaciones porque sabe que el lector, su lector, ahondará personalmente en la propuesta creativa.
En una estructura redonda, la peripecia central de los protagonistas avanza progresivamente en la que las variadas circunstancias que se presentan, como si de un paseo se tratara, conforman sus vidas particulares. Y en esa aventura cotidiana, que no es más que sobrevivir y adaptarse a la nueva realidad, los hace recapacitar y ver el lugar exacto en el que se encuentran, y la ilusión convertida en obsesión, y a partir de ahí se pararán, se mirarán y, sobre todo, se volverán a encontrar. Las páginas finales de la novela, además de vertiginosas y desesperantes, son la plasmación fiel de la angustia y de la derrota, al mismo tiempo que también representan la ambición desmedida, de la que ni siquiera son conscientes los personajes, y, un poco más allá, pasan a convertirse en un canto a la amistad y a la lucha. Y, sobre todo, son páginas de esperanza en la vida serena que ha encontrado, por fin, la quietud y la mirada auténticas. Una historia donde el espacio y la Naturaleza son otros personajes a tener muy en cuenta.
Así que El paso siguiente en el baile es un paso hacia el futuro que, en el mismo escenario donde se desarrolla, también es circular y, en la vida, se convierte en una metáfora del tiempo.
¡Benditos escritores desconocidos!
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